@Edgar_Santiago
Sep 23, 2019 Chapter 3
Barrabas estaba tan entretenido pensado en las cosas que le diría al predicador galileo, cuando de pronto un sonido familiar hizo que se sobresaltara de forma abrupta. Su corazón empezó a latir de cero a cien en dos segundos. Sus labios se secaron. Las palabras se le olvidaron. Sus pupilas se retrajeron al volver la vista hacia la puerta de su celda. Las manos le empezaron a sudar más rápido de lo normal.
No era hora de la comida. De ser así, el plato hubiera sido arrojado al suelo sin necesidad de abrir la celda. Además era muy temprano. Y, ¿para qué tres guardias?
Sintió temor. Las rodillas le temblaron ante la llegada de los tres hombres acorazados. Ya había ensayado para esta hora, pero jamás creyó que fuera tan agobiante, angustiosa.
Sabía que era víspera de la Pascua y que los romanos acostumbraban soltar alguien en ese día, pero aunque haya sido elegido para el certamen de libertad, tenía muy en claro que él era el que menos probabilidades tenía de ser liberado. Si lo pusieran al lado de un ladrón, sabía que el ladrón sería el afortunado ganador de su libertad inmediata.
Para que él pudiera ser liberado, el otro convicto tendría que ser una especie de monstruo desalmado, sin humanidad y sin compasión alguna. Alguien que después de asesinar a sus víctimas, las comiera crudas, o pero aun, las comiera vivas. Tendría que ser alguien entrenado por el mismo diablo o algo así para poder ser liberado. Es que Barrabas era de lo peor. Sin duda, merecía morir.
El chirrido de esa reja vieja y oxidada fue tortuoso. Hasta el tope.
-¡Largo de aquí!- resonó una áspera voz por toda la celda.
-¿Qué?- preguntó asombrado el malhechor.
-Lo que oíste- dijo el guardia – ¡Lárgate de aquí!- repitió con un gesto de enfado y de indignación.
-¿Eres sordo o qué?- preguntó duramente el soldado, mientras miraba que el preso no respondía a la orden. – ¡Eres libre! ¡Lárgate ya por tus cosas!- volvió a decir con cierta impotencia en sus palabras.
-¿Libre?-dijo el preso mientras se incorporaba lentamente del lugar en el que había estado sentado.
-¡Vamos! ¡No tenemos todo el día!- regañó, como si ladrase, otro guardia.
-¡No puede ser posible!- objeto el tercero. – ¡No sé como esa gente pudo escoger a una basura como tú para ser liberado!- señaló mientras se acercaba a él y lo jalaba del brazo al ver que no se apuraba.
-¿Libre? ¡Libre!- repetía una y otra vez el ahora ex-convicto mientras era escoltado por los guardias hasta la puerta del pretorio. No cabía en su asombro. Su corazón volvió a latir normal. La boca se le rehidrato. Y sus manos dejaron de sudar. Y cuando lo asimiló, una sonrisa sarcástica invadió sus labios y se burlaba de los guardias.
-Y díganme…- pregunto burlonamente - ¿Quién es el inhumano ser al que condenarán en mi lugar? Porque digo, para haberme elegido a mí, esa persona debe ser peor que yo, ¿verdad? Me gustaría saber ¿quién es?- concluyo con cierto aire de agrado en la desgracia de su sustituto.
Nadie respondió nada. Los guardias estaban indignados por soltar a alguien de este tipo. ¿Quien quería responderle? Nadie.
Volvió a insistir en su pregunta. Ninguna respuesta. Otra vez. Tampoco. Hasta que un guardia se hartó.
-¡Cállate!- le grito en la cara, mientras el preso seguía sonriendo. Hace unos minutos se moría de miedo y ahora se burlaba con cinismo.
-Yo solo preguntaba…- gesticuló el maleante.
-¡Pues no preguntes!- le dijo uno de los tres.
Pero este hombre no dejaría pasar la oportunidad de sacar de sus casillas a los romanos a quienes tanto odiaba. Y, aunque lo ocultara, en verdad quería saber quien había tomado su lugar. Así que volvió a preguntar con la misma sonrisa.
-¡Ya! Díganme, ¿Quién es?- pregunto con aire de inocencia.
-¡Que te calles de una vez!- le volvió a gritar el mismo guardia.
-Pero, no es para que se enoje oficial- remedó mas sarcásticamente aún. Y esta vez uno de ellos lo tomó del cuello y lo jalo fuertemente golpeándolo contra la pared, y encarándolo, como si se lo quisiera devorar de un bocado, le respondió a gritos:
-¿Y cómo quieres que no me enoje? ¡¿Eh?! Si nos la pasamos meses buscándote, mientras tú te escondías como rata, y esperábamos el momento oportuno para atraparte como a un perro, para al fin, ver tu asqueroso cuerpo colgando de un madero muriendo como la basura que eres. Y ahora, justo cuando te teníamos en nuestras manos y planeábamos como torturarte en tu agonía, aparecen esos imbéciles fanáticos religiosos y deciden que te quieren ver libre a ti, antes que al predicador galileo…-
La sonrisa se le borró.
-…Tú deberías estar en su lugar. Deberías ser tú quien va a colgar de la cruz esta tarde. Tú te lo mereces más que nadie. Ese predicador ni siquiera debería estar aquí. ¿Y crees que no debo estar molesto? ¡¿Eh…?!¡¿Eh…?!
Los otros dos los separaron. Calmaron a su compañero y Barrabas se tragó su saliva mientras se sobaba el cuello. La sonrisa se le había borrado cuando mencionaron al predicador de Nazaret.
-¡Yo pensé que era un buen hombre! - especuló el insensato homicida al oír la declaración del guardia. –Ni modo, así pasa. ¡Qué cosas de la vida! ¿No?- dijo de manera irónica otra vez volviendo a caminar, mientras una multitud enardecida celebraba su salida como si fuese un héroe.
Cubrió sus ojos a la luz de la puerta. Ante la entrada oía los gritos y el murmullo de la gente y con la misma ironía en su rostro saludó a su “público”. Se reía hipócritamente. No lo podía creer. ¡Estaba libre!
Miró a todos lados e inhaló profundamente llenando sus pulmones con el aire de la libertad.
Como si lo mereciera…
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@escritorezequiel
Ezequiel Jiménez nació en San Francisco de Macorís, República Dominicana, en 1981. Su niñez y parte de su adolescencia transcurrieron en Las Guáranas, un pueblo de su región natal. Más tarde, cuando contaba catorce años de edad, emigró a los Estados Unidos.
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