@Edgar_Santiago
Sep 23, 2019 Chapter 3
Estos minutos serán determinantes.
Solo y angustiado; con la debilidad corriendo entre las venas el Maestro ora suplicantemente desgarrando su corazón por lo que sabe, ha de venir. Las ganas de renunciar existen, pero sabe que no depende de Él la última palabra. Esa decisión solo le corresponde al Padre, y parece que el Padre no le responde nada.
Cuando todos se han marchado, y te han dejado solo en la frialdad de la madrugada, no te queda más remedio que apelar a Dios con todas tus fuerzas. Aunque parezca que por el momento Dios guarde silencio en medio de tu angustia.
Jesús necesitaba consuelo. Por eso hubiera querido que sus amigos se quedaran despiertos con y por Él.
Y es que cuando te sientes solo, te hace tanta falta un abrazo de apoyo y de respaldo. Lo menos que necesitas es todo un sermón dominguero. Lo que menos necesitas es dar o que te pidan explicaciones. Que simplemente el silencio de la comprensión se pueda escuchar. Anhelas un simple abrazo de tus padres, de tus amigos, de tus hermanos, de tus mentores… De Dios. Alguien que te ayude con la carga que hay sobre ti. O en el mejor de los casos, que te diga que no se va a ir.
Eso es lo que Jesús necesita. Sabe que no depende de Él la decisión de renunciar. Su carne desearía renunciar, pero su espíritu encuentra más placer en obedecer lo que Dios ha decidido, aun cuando eso le cueste la vida. Y en ese momento de debilidad lo único que quiere es oír la voz de Su Padre, aunque sea para conocer su decisión. Por eso hizo hasta tres veces la misma sugerencia: “Si es posible pasa de mí esta copa…”
Y creo saber porque no escuchaba ninguna respuesta de parte de Dios: Ese era su deseo, no el de Su Padre.
La mayoría de las veces, cuando lloramos por algo en nuestra desesperación y sentimos que Dios no contesta, ha de ser por la misma razón. Hay un deseo en nuestro corazón que se antepone a los deseos del Padre en los Cielos.
Todas las veces en las que Jesús había orado a Su Padre para consultarle acerca de sus decisiones, este lo había escuchado atentamente y había respondido a sus peticicones. Pero esta noche todo era distinto. No había respuesta de parte de Dios.
Sin embargo, sabía que Dios lo estaba mirando fijamente. Muy atento. De hecho todo el cielo estaba mirando. Todos los miles de millares de ángeles veían como su Señor, a quien servían fielmente, se veía rodeado de incertidumbre y dolor. Cualquiera de ellos daría la vida por no verlo así en esa situación. Pero igual, ellos sabían el valor de la obediencia, y si el Padre había dicho- ¡Quietos todos!- nadie podía hacer nada al respecto. Sabiendo además que la voluntad del Padre, era también la obediencia de Su Hijo.
Así, siendo Jesús de la misma magnificencia de Dios, se humilló hasta lo último. Teniendo el poder infinito, decidió depender. Él podía renunciar a todo en el momento que quisiera. Él era y es Dios. Su voluntad era la misma que la del Padre. Pero su condición humana le daba la desventaja de sentir todos los estragos de la humanidad. Su carne estaba peleándose con su Espíritu.
Si se rinde ahora, no habrá esperanza para la humanidad, nunca más. Pero Jesús no es igual a nadie, y Él no es de los que se rinden. Él, simple y sencillamente no conoce el significado de la palabra “derrota”.
Fueron solo unos instantes, unos cuantos minutos de esa terrible debilidad que carcomía sus entrañas, mientras luchaba a favor de una humanidad perdida sin remedio. Y justo cuando sentía que las fuerzas lo abandonaban, y preferiría dejarlo todo, es cuando se da cuenta de que si Dios no responde, es porque no es Su Voluntad que renuncie. Y repito, para Él, la satisfacción más grande es obedecer a Su Padre.
Así que afronta la realidad. Está solo, debilitado, desamparado de sus amigos, olvidado del mundo, pero nunca de Dios… ¡Y no se va a rendir!
Nunca perdió una batalla y no está dispuesto a perder la guerra. Jesús sabe que si las circunstancias lo han debilitado es momento de aferrarse a Dios aun si no hay una respuesta. Y lo hace.
Dios sabe lo que hace. Él tiene el control de todo. Y es solo cuando tus fuerzas te fallan el momento en el que Dios entra en escena.
Después de tres duros rounds con su carne, Jesús lo entiende y es entonces que exclama-…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya-. También lo dijo tres veces. Pero esta vez, da el último golpe. El definitivo. Está decidido. Hará lo que el Padre ha ordenado, por amor. Por puro y sincero amor.
¡Ha ganado la batalla!
Lo que viene, ya lo sabe. Pero es aquí donde Jesús ha vencido. Aquí pudo haber perdido. Aquí se pudo haber arrepentido de hacerlo, pero ha preferido la voluntad del Padre, y ¡Ha ganado!
¿Qué paradoja, no? Acaba de ganar aceptando morir. Y el Padre, manda un ángel para confortarlo y darle las fuerzas que Él va a necesitar por las próximas 12 horas. Las ultimas sobre la tierra.
Que mejor manera de ser confortado que por un ángel de Dios.
Cuando todos te dejan solo, y aun sientes que Dios no está, es justamente quien más te está mirando. Cuando tu debilidad es tan grande que te dan ganas de renunciar, lo único que te queda es escuchar a Dios en la intimidad de tu corazón. Y, si Él no contesta, ha de ser porque no estamos considerando su voluntad. Voluntad que al ser aceptada, otorga fuerzas donde no había. Fuerzas que vienen de lo alto, del cielo, de Dios mismo. Fuerzas tales como para enfrentar las situaciones más difíciles y aun exponer tu propia vida para ganar la batalla.
Eso es lo que provoca pasar la noche en el Getsemaní: Valor. Decisión. No hay tercera opción.
Getsemaní significa: prensa de aceite. Tal vez sea porque para sacar el aceite mas preciado es por medio de la trituración de la aceituna. Solo la presión de las circunstancias pueden dejar ver aquellos de lo que estamos hechos.
Cuando el caos te alcanza. Cuando la tormenta es más fuerte y cuando la adversidad cae encima de ti, solo puedes tomar una de dos decisiones…
Así que, o tomas la decisión de convertirte realmente en un hombre o una mujer de valor y afrontar tus problemas aceptando que necesitas la ayuda de Dios… o decides ser un cobarde que se deje arrastrar a la perdición.
No hay tercera opción.
Entre todas las razones de Jesús para renunciar, solo hubo un motivo por el cual continuar. Aunque se haya quedado solo y aunque algunos lo rechacen, ha decidido salvar a un mundo que se dirige sin remedio a la condenación eterna.
Un motivo, una excusa, un pretexto para seguir. Tenía mil razones para renunciar, pero encontró un buen pretexto para continuar: Tu.
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