@Edgar_Santiago
Sep 23, 2019 Chapter 2
Cuando la soledad sucede, te dan ganas de abandonarlo todo. Te desanima el hecho de verte solo y sin apoyo.
A Jesús le pasó. Si no me crees, míralo. Míralo ahí en ese lugar del Getsemaní tendido de rodillas al suelo, llorando de tal manera que hasta su sudor es de sangre. Está en la hora más obscura. Es la hora de la debilidad. Cuando nadie te mira, cuando todos se van. Cuando los grandes amigos se alejan o se quedan dormidos, dejándote en la soledad de la noche.
Míralo temblar y gemir con tanta angustia. El peso del pecado es tal que, en un instante, dice algo que jamás se le hubiera ocurrido decir de no haber estado en tal situación: - Padre, si es posible, pasa de mí esta copa…- exclama agonizante.
Eso no lo hubiera dicho nunca en otra situación. A Pedro casi lo regaña por insinuar que no permitiría que muriera. Y ahora, en el momento de esa debilidad, exclama la posibilidad de renunciar.
No es para menos. Nosotros los humanos, nos echamos para atrás por cosas insignificantes. Somos capaces de renunciar ante la primera prueba de fe. Y por lo que Jesús pasó, no fue para menos. Estaba en todo su derecho a renunciar. Él no tenía culpa alguna, ni merecía pasar por las horas de angustia que su alma experimentaba.
Todo el mundo, menos Él, se merecía tal tristeza, tal dolor, tales momentos. Como dije, no es para menos.
En esos momentos te dan ganas de renunciar a todo. A mucha gente le dan ganas de morir. Los problemas, las deudas, las enfermedades, las demandas, los divorcios, los matrimonios; las drogas, el alcohol, la prostitución, la violencia, las guerras, en fin.
Jesús sintió esa desesperación en su alma. Tal vez lo dijo inconscientemente por todo el dolor que sentía, pero tenía todo el derecho a renunciar. Jesús se sintió tan solo, que no pudo mas que repetir tres veces la expresión. Sintió la debilidad de la carne humana por unos cuantos minutos, muy pocos afortunadamente. Pero suficientes como para experimentar el peso de la carga del pecado de la humanidad entera.
Para darnos una idea, vamos a analizarlo así:
Para empezar, no solo tenía en mente la sensación del dolor en su propio cuerpo destrozado, sino que este iba a ser portador de todas y cada una de las consecuencias que el pecado ocasiona en tu vida. Es decir, sentiría no solo el dolor de su cuerpo herido, además de esto, cargaría con el dolor que las enfermedades producen. Cargaría con la sensación de niños maltratados, violados, asesinados y demás. Llevaría sobre su mente la conciencia de asesinos, estafadores, rateros, drogadictos, alcohólicos, adúlteros, violadores, prostitutas, lesbianas, homosexuales, pederastas, satánicos, blasfemos, etc. Sufriría la vergüenza de los condenados, encarcelados, enjuiciados, y una lista de miles de cosas más.
En Él, se cargaría todo el peso de la culpa, la vergüenza, el dolor, la discriminación, el sufrimiento, el llanto, la tortura, la humillación, el juicio, las penas; todo lo que el pecado produce. Y la parte más desgarradora, era que Él, sin tener culpa de nada cargaría solo las toneladas de pecado de todos y cada uno de los millones de personas habidas y por nacer en el mundo.
Díganme si hay alguien que no hubiera querido renunciar ante tal situación. ¿Tiene o no razones de mas para renunciar?, ¿No sería justo si Él renuncia en este momento? El diablo desea que renuncie ahora, mientras le dice que “¿donde está Su Dios?” Mientras le da razones para abandonar la tarea que le encomendaron: Sus amigos lo dejaron solo cuando más los necesitaba; La humanidad no merecía su esfuerzo y sacrificio; ¿Donde están ahora los que una vez lo recibieron con palmas y ovaciones en Jerusalén?
Y, por si fuera poco, hasta el cielo se ha quedado mudo.
Si alguna vez te has sentido solo o abandonado, Jesús sabe bien lo que eso significa. Él lo sufrió en su propia carne.
Él acaba de llorar para que la angustia termine. Y en verdad, se ha quedado solo. Aun Su Padre no le responde. El cielo azul obscuro, está en silencio y eso hace que su momento de debilidad sea más tortuoso de lo que hubiera imaginado un ser humano común.
Sin embrago al Diablo se le ha olvidado eso: Jesús no es un ser humano común. Tiene toda la apariencia de uno, pero Él no es igual a nosotros. Él es el Hijo unigénito de Dios; el Grande; el Fuerte; el Vencedor; el Campeón de campeones. Está pasando por un momento de debilidad, pero Jesús no es ningún debilucho. No, no lo es. Y unos minutos de debilidad no echarán a perder los planes que Dios tiene para el Hombre, para toda la Eternidad. Jesús lo va a demostrar.
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