@Edgar_Santiago
Sep 23, 2019 Chapter 4
Pilato pregunta una vez más esperando que la multitud reflexione:
-¿A quién quieren que les libere…a Jesús que se dice Rey de los judíos… o a Barrabas?
Barrabas volteó en dirección al Nazareno. Y cuando lo vio, la visión lo aterró.
Aquel hombre no lucía como tal. Estaba lleno de sangre hasta donde se podía ver. La cabeza baja con una corona de espinas adornada. Cubierto de una túnica púrpura o carmesí, que se confundía entre toda la sangre esparcida por todo su cuerpo, a manera de un rey. Y en su mano una vara delgada, como si fuese un cetro.
Temblor en sus brazos y piernas. Callado. Sus brazos semidesnudos dejaban ver heridas tan acentuadas como las producidas por una navaja con el filo mordido, eran desgarres de piel total. Grandes gotas de sangre caían al suelo mientras Él se mantenía de pie frente a una multitud que deseaba matarlo lo antes posible mientras lo miraban con desprecio y burla.
Barrabas lo vio y le produjo la misma idea que a Pilato. Al verlo a Él, se imagino a sí mismo en Su lugar. Imagino el momento de su ejecución. Era como ver tu vida terminar, proyectada en una sala de cine. Estaba siendo espectador de su juicio y ejecución. Sintió los golpes, las heridas, la sangre y se aterró. La idea de que él iba a estar hoy en el lugar del “predicadorcito”, como lo había llamado, heló su sangre hasta el miedo.
Trago saliva. Su boca de volvió a secar. Y, como Jesús se dio cuenta de su sentimiento, alzo la cabeza lentamente girándola en dirección a Barrabas fijando sus ojos color fuego en él. Esto aceleró de nuevo el corazón del asesino. El galileo aquel estaba desfigurado. Moretones de golpes. Piel cortada. Barba rasgada. Espinas. Sangre. Era como si Él estuviese pagando lo que Barrabás cometió.
Barrabás vio su rostro en Él y se asustó. Le dieron ganas de correr. Deseó más escapar de aquella visión que de la cárcel. No lo soportó. Sabía que él debería estar en ese lugar, como dijo el guardia, pero se alegró en cierta manera de no estarlo. Ya quería irse. Lejos. Escapar de la verdad de su vida. De lo que realmente es.
-¡Libera a Barrabás!- grito la multitud. Incitada por los líderes religiosos.
-¡Barrabás! ¡Barrabás!- coreaban todos.
Pilato, resignado y con un aire de impotencia, pidió agua. Se lavó las manos. –Inocente soy- dijo, -de la sangre de este justo-. Sabiendo que lavarse las manos no limpiaría el pesar en su alma. Así que ordenó que se hiciese como los judíos demandaban. No había más que hacer, solo esperar que la conciencia no fuera tan dura a la hora dormir y cruel al despertar.
¡Qué razón tenían sus palabras: Justo! Inocente.
Hizo todo lo que pudo. Lo intentó. Ahora intentaría dormir tranquilo esta noche, sabiendo que no pudo salvar al nazareno de la cruz.
Aunque, de haberlo salvado, hubiera condenado a toda la humanidad…
Así, se entregó al Justo por el culpable. Así tomó el lugar de cada uno de nosotros, sacándonos de la celda y liberándonos el día de nuestra ejecución. Así es como se puso en el lugar de sustituto el día de nuestra condenación. Y no dijo nada para quejarse, ni impidió que lo pusieran en nuestro lugar.
Una celda que se abrió en el momento menos esperado. Una celda que se pudo abrir por la sangre de un inocente que cargó nuestra condena de muerte. Algo que no merecemos. Un regalo inesperado. Justo en el momento de nuestra ejecución. En la hora de nuestra muerte, nos liberó.
La celda se abrió y hay quienes después de salir lo fueron a seguir hasta la cruz para decirle “GRACIAS”; porque no lo merecían y sin embargo la celda se abrió…
Y sigue abierta para todo aquel que quiera salir de la prisión de su vida pasada, en la que solo se pudre la carne.
La celda ha sido y sigue abierta...
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