@Edgar_Santiago
La Celda Abierta: Pilato.
Nov 06, 2018 Chapter 1
-Pero, ¿Qué mal ha hecho este hombre?- pensaba para sus adentros el procurador romano.
¡Qué extraño..! Demasiado extraño a decir verdad.
Un hombre con una carrera militar destacable en el mejor ejercito que la historia antigua haya conocido. Acostumbrado a las rudezas y crudezas de la guerra. Desalmado a la hora de ejecutar una sentencia sin piedad y sin compasión, ahora parecía estar desarmado ante la pasividad e inocencia que este hombre destilaba por todos lados.
No sabía por qué, pero le resultaba difícil poder dictar la sentencia. Simplemente no quería. Podía ver la inocencia de este hombre hasta con los ojos cerrados. Podía respirarla. La escuchaba en el silencio en el que él se negaba a defenderse o a reclamar un juicio justo.
¡Qué extraño! Por lo general, Pilato, jamás acostumbraba a detenerse a pensar en la posible inocencia de sus prisioneros. El solo ejecutaba su sentencia sin tantos rodeos. Una o dos pruebas, o testigos, eran suficientes para proclamar una sentencia “justa” para cualquier malhechor.
Ya había vivido esto muchas veces; Los juicios, las acusaciones, el acusado, los acusadores, la sentencia y la ejecución eran parte de su vida como militar y gobernador. Sin embargo, nunca se había topado con alguien semejante a este carpintero de Nazaret, a quien todos demandaban ejecutarle de inmediato. Nunca había visto a alguien igual. Jamás se había sentido tan desarmado frente a un hombre como se sentía ahora.
Los ojos del Nazareno penetraban hasta lo más profundo de su alma. Lo hacían sentirse impotente. Por eso creo que le reprocho en la cara al pasivo Mesías: -¿No sabes que tengo poder para condenarte o liberarte?-.
Se sentía impotente. Asombrado. ¿Cómo era posible que un hombre pudiera callar ante las acusaciones que, hasta Pilato sabía, eran falsas? Le resultaba difícil aceptar que un hombre callara sabiéndose inocente. No tenía lógica. No para un hombre acostumbrado a defenderse de sus enemigos en el campo de batalla.
La idea daba vueltas sin cesar en su cabeza. Y, por un momento, se imagino estar en las sandalias del carpintero. Golpeado. Humillado. Recibiendo los insultos de cientos de personas sedientas de su sangre inocente. Y todavía, en silencio, sin renegar de nada…
Sin embargo, cuando recordó que este Nazareno en verdad era inocente, se dio cuenta de que él no podría estar en sus zapatos. Reconoció que si él estuviera en el lugar del Mesías, la gente tendría razones verdaderas para condenarlo.
Pilato sabía que no sería juzgado como inocente. Su conciencia estaba llena de muertes e injusticias. Su ejecución sería justa. Su cabeza rodaría como precio por sus culpas. Y la sociedad se hubiera deshecho de un desalmado romano invasor. Esa sería la justicia que terminaría con la vida del procurador.
La increíble serenidad de Jesús, había logrado desmantelar la conciencia de Pilato. Había escarbado hondo. Pilato sentía como si sus errores, culpas, y pecados más profundos, salieran a flote ante la sola presencia, serenidad, silencio, e inocencia de este carpintero Nazareno. La sola idea de ejecutar a un hombre totalmente inocente, lo hizo sentirse más digno de muerte que este Jesús de Nazaret.
-Yo no veo ningún mal en Él- era su declaración. Estaba más que sorprendido. Nunca había visto tanta inocencia junta. Por un momento se sintió prisionero. Atrapado. Condenado por su propia conciencia. Y por si fuera poco, tenía que tomar una decisión dilemática.
Por un lado tenía a este hombre. Inocente. Sin duda alguna. No tenía que hacer un extenso y tedioso juicio para comprobar su inocencia. Su silencio lo decía todo. A pesar de ser inocente, no haría nada por defenderse, y eso era como un dardo que se hundió en el pecho del romano y saco a flote la humanidad tan escondida de este. No quería condenarlo.
Por otro, tenía una turba enardecida. Enloquecida. – ¡Dice ser Rey de los Judíos!- era la acusación. – ¡Si lo sueltas no eres amigo de Cesar!- advertían otros. Y la mayoría dijo – ¡No tenemos más rey que Cesar!-. Un pueblo encaprichado por desaparecer a un hombre a quien despreciaban por decir solamente la Verdad.
-La Verdad. ¿Qué cosa es la Verdad?- preguntó incrédulo. ¿Qué cosa es lo que este hombre diría como para que todo Jerusalén quisiera mandarlo a la cruz? ¿De qué Verdad estaba hablando? ¿Cuál era la verdad que hizo posible tal odio?
¿Será acaso verdad que es un Rey? Si lo es, ¿donde están sus súbditos?
¿Sera acaso en verdad este el libertador que todo Israel esperaba? Si lo es, ¿por qué no pelea? ¿Por qué en vez de organizar una revuelta y preparar un ataque al imperio romano, permite que sea insultado y acusado de cosas que nunca ha hecho y de otras totalmente absurdas? ¿El Mesías?
Preguntas difíciles para alguien que nunca escuchó acerca de Dios; bueno, del Dios de los Hebreos, porque Pilato también cree en la divinidad. De hecho tiene no un solo dios, sino muchos, pero él no concibe la idea de un dios que se deje ultrajar de la peor manera.
Pero, ni todos sus dioses han podido sacar de él, el sentimiento que le provoca este noble carpintero llamado Jesús de Nazaret.
Si supiera…
Ahora solo le quedaban las preguntas más profundas. ¿Será acaso que ellos también pudieron verse como Pilato cada vez que Jesús predicaba, y no soportaron la idea? ¿Será acaso que también ellos al ver al Mesías y al oírlo, se sentían más dignos de muerte que Él, porque sabían realmente que era inocente? ¿Será Su Verdad, la verdad de lo que somos los humanos, y de lo que realmente merecemos?
Dicen que “la Verdad no peca (que verdad tan grande), pero incomoda”, y eso es precisamente lo que le paso a Pilato. Le incomodo, no la presencia de Jesús, sino lo que vio en sus ojos. Al ver a alguien totalmente inocente se sintió culpable. Encarcelado. Y creo que, si hubiese sido en otras circunstancias, y si Jesús le hubiera dicho -¡Sígueme!-, Pilato no lo hubiera dudado mucho. Pero ahora lo que más quería era dejarlo en libertad. Tal vez para no sentirse tan culpable.
No así los judíos. Estos, al verse y saberse culpables, se sintieron ofendidos. Su orgullo estaba herido. ¿Quién se creía este Nazareno para decirles la verdad de lo que eran? Ellos eran doctores de la ley. Maestros de la Palabra. Cuidadores y guardas de la ley eterna de Dios. ¿Que podía saber un carpintero pobre? Y, ¿Cómo es que sabía tanto? -¡Demasiado!- dirían todos los escribas.
Sin embargo, por ser víspera de la Pascua, y como un acto de “bondad” del imperio, era ya una tradición que se liberase a un prisionero. Una celda tenía que abrirse y una sentencia tenía que dictarse. Esta era la oportunidad para liberarlo.
Mil razones para liberarlo, y mil y un pretextos para condenarlo. La injusticia más grande que el hombre haya cometido. Y Pilato, estoy casi seguro, que no quería ser parte de ella y mucho menos cometerla.
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@escritorezequiel
Ezequiel Jiménez nació en San Francisco de Macorís, República Dominicana, en 1981. Su niñez y parte de su adolescencia transcurrieron en Las Guáranas, un pueblo de su región natal. Más tarde, cuando contaba catorce años de edad, emigró a los Estados Unidos.
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