@Rose_Anette
1989. Escritora, redactora, guionista, poeta y pintora. Licenciada en Ciencias de la Educación, mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Española.
El día que conocí a la tribu Mursi, en Etiopía
Apr 27, 2018 Chapter 1
Después de horas y horas recorriendo un polvoriento y caluroso camino, desde la carretera pudimos apreciar un asentado de chozas y curiosas estructuras de un pequeño poblado Mursi.
Desde hacía mucho tiempo, tenía la incesante curiosidad por conocer a esta famosa tribu africana, un referente obligatorio cuando se hablaba de las culturas más fascinantes del planeta. Fue en el año 97, yo era una joven estudiante de antropología que no se conformaba con leer gruesos libros y mirar fotografías lejanas. Yo necesitaba conocer por mano propia, aunque no sabía ni qué esperar la mayoría de las veces.
Podría escribir todo un libro tan solo para explicar cómo fue que pude llegar a Etiopía, pero por ahora quisiera centrarme en el verdadero traspié: la realidad destrozando a mis expectativas, que como dije, ya ni recuerdo cuáles eran.
El conductor del Jeep que realizó nuestro traslado hasta la zona donde se encontraban los Mursi, me comentó que debía “quitarme el brassiere para conocerlos”. Yo era la única mujer en el grupo de turistas y la “recomendación” de este sujeto me pareció fuera de lugar y bastante incómoda, de ninguna forma lo haría. Le arrojé una mirada fulminante y continué mirando por la ventana, ignorando todo lo que decía…
No sé por qué pensé que los Mursi actuarían como un gato al vernos, observando desde lejos y acercándose con curiosidad, poco a poco. En lugar de eso, se aproximaron a mí y comenzaron a tomarme las muñecas, a tocarme el cuello, la espalda, como buscando algo. De pronto, me estrujaron las manos para quitarme el reloj, rompieron el collar del medallón que portaba tan orgullosa en mi cuello y un hombre Mursi comenzó a tirar del broche de mi brassiere de forma agresiva hasta que logró zafarlo.
Una vez suelto, comenzó a halarlo y en un segundo, quedé semi-desnuda en medio de toda esa gente. Y digo “semi-desnuda” porque la blusa de algodón que me había puesto esa mañana para sobrellevar el intenso calor era bastante transparente, estoy segura que todos podían ver mis asimétricos pezones.
Avergonzada, intenté descifrar qué había pasado y vi al hombre Mursi, evidentemente feliz por haber obtenido mi brassiere, lo estiraba y lo miraba con fascinación. De pronto, lo amarró en su cabeza y su felicidad en ese punto parecía desbordante. Yo estaba atónita.
Los demás Mursi, se pelearon y empujaron para quedarse con mi reloj y con el costoso medallón que me habían quitado. De pronto miré al chofer del Jeep y me hizo un gesto como diciendo: "esto es así, yo te lo dije”. Me sentí mucho más avergonzada y estúpida.
Para sobrellevar el momento, decidí tomar algunas fotografías del lugar. Entonces otros Mursi se acercaron a mí para pedirme que los fotografiara, o eso fue lo que pude entender. Esta vez, el conductor del Jeep me dijo: “después de tomar la foto, tienes que pagar, espero que hayas traído suficientes Birr”.
En efecto. Apenas tomé la foto los Mursi me cobraron, empujándome, señalándome, apuntándome con una especie de lanza. De hecho, tuve que tomar como 12 fotografías y pagar por todas ellas para que quedaran satisfechos y se fueran.
Me quedé sin dinero.
Tendríamos apenas 45 minutos en ese lugar cuando el conductor nos llamó porque era hora de regresar.
─¡Ya casi es mediodía, vamos, pronto! ¡No quieren quedarse aquí cuando los Mursi estén borrachos! ─exclamó.
Entonces volvió a acercarse a mí y me dijo: “con el dinero que te cobraron, podrían embriagarse tres días seguidos”.
Eso fue todo. Decepcionada, endeudada y confundida, regresé a mi raro país. Y les conté a todos que había sido fascinante, la mejor experiencia de mi vida, la más gratificante.
Sostendré esa versión hasta el día de mi muerte.
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