@Rose_Anette
1989. Escritora, redactora, guionista, poeta y pintora. Licenciada en Ciencias de la Educación, mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Española.
Máquina humana
Apr 25, 2018 Chapter 1
Albaconia creía que la vida, la verdadera vida, iba más allá de un sistema funcionando a la perfección, de unos mecanismos homeostáticos en aparente equilibrio. Para ella, la vida era una condición otorgada por el espíritu, un ánima antigua y eterna, esencia divina proveniente de la debilidad de los dioses, un parto de la naturaleza que interconectaba a todos como humanos. Una expresión perfecta de la belleza y del horror más sublime.
De alguna forma, Albaconia parecía haber transcendido su condición humana. La cotidianidad se presentaba ante ella como una simulación holográfica, una extraña escena que había visto en sus sueños y que ahora formaba parte de sus noches y sus días. Descansaba un par de horas, cubriendo sus requerimientos energéticos como cualquier máquina lo haría, rodeada de una atmósfera enrarecida la cual aspiraba sin poder llenar sus pulmones. No obstante, su estable sistema había aceptado este nuevo estado sin quejarse y sin necesitar nada más. Su mente comenzó a trabajar como un software programado para la supervivencia y la repetición de tareas.
Su trabajo consistía en revisar y sellar una montaña odiosa de documentos. Una y otra vez repetía el mismo procedimiento: lectura rápida, confirmación de códigos, confirmación de firmas, postura de sellos, lectura rápida, confirmación de códigos, postura de sellos, confirmación de firmas, postura de sellos, confirmación de códigos, confirmación de códigos…
Aunque continuó socializando con otros humanos, las conversaciones se habían convertido poco a poco en un sonido incómodo, metálico, inentendible. Cualquier palabra se escuchaba como el chirrido de una radio mal sintonizada, apenas podía soportarlo. Sus manos se veían cada vez más extrañas, unos dedos de acero sobresalían de sus palmas todavía blandas. Sus ojos funcionaban ahora como el lente de una potente cámara, zumbando como un insecto cuando miraba algo con mayor profundidad. Su pecho se convirtió en una caja ocupada por una compleja red de engranajes y pequeños cangilones sucios y llenos de sombras.
Las transformaciones no se detuvieron y miles de interrogantes sobre de su aspecto comenzaron a surgir por parte de sus familiares y compañeros de trabajo. Pero… ¿acaso alguien sabía algo concreto sobre el origen de aquello que llamaban vida y cómo debía vivirse? ¿Alguien podía asegurar algo certero más que el terrible hecho de que todos moriríamos algún día? Si nadie en el mundo podía explicar algo tan simple como quién era y qué demonios hacía allí, ¿por qué tenía ella que responder aquellas preguntas tan inquietantes?
Así que socialmente incómoda, agotada y ajena a todos, emprendió un largo viaje en busca de su misión primaria, esa que toda máquina debía poseer. Después de semanas recorriendo cualquier camino, en medio de una larga y solitaria carretera, se detuvo a descansar junto a otros autos. Observó sus componentes y pensó en cuáles podía añadir a su extraño cuerpo, cuáles piezas podían ayudarle a convertirse en un producto terminado. ¿Era esto posible? ¿Tenía ella el control? ¿Llegaría a alguna parte?
De pronto se dio cuenta de la terrible verdad: jamás estaría completa, jamás encontraría su misión primaria, ni tampoco llegaría a ser una verdadera máquina. Supo que estar encendida y funcionar también era parte de la vida, una vida que no había sido más que un padecimiento de muerte y que la muerte misma era la misión primaria. Para ello había nacido, igual que todos los demás.
Por primera vez en mucho tiempo, fue igual que las máquinas, que los animales, que los humanos y que las plantas: presa de un sistema cíclico sujeto por el tiempo y sin sentido aparente. Dejar a un lado la idea de una misión primaria, constituía un principio de libertad.
Comenzó a sentirse blanda, cálida, pequeña. Algo palpitaba dentro de ella, lo sentía en todas partes, el aire sofocante olía a carbón y a gasolina, las piernas le dolían, los brazos le pesaban. Pero la vida estaba haciendo lo que siempre hacía: continuar.
Buscó un nuevo camino y siguió andando, esperando encontrarse a sí misma en alguna parte.
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