@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Oct 01, 2019 Chapter 3
Maika miraba atentamente el techo de su habitación donde estaban pegadas varias de las fotografías que había tomado en las últimas semanas. No eran claramente visibles gracias a la hora, pero podía distinguir los rectángulos de tonalidades más oscuras que le indicaban el sitio que ocupaban en su techo. Eran muy buenas. Maika las apartaba del resto -que posiblemente terminaría vendiendo-, para quedarse con ellas. Admitía que a veces le costaba deshacerse de sus fotos, nacía en ella un extraño sentimiento egoísta que le decía que eran suyas, que le pertenecían, y que nadie más tenía derecho de verlas. Aquello bien podía deberse al constante sentimiento de ausencia que se apretaba en su pecho y le generaba un nudo en la garganta todas las noches, por lo que, eso volvía a sus fotos en lo único que nadie podía arrebatarle a no ser que ella así lo quisiera.
En el exterior aún era oscuro, pero eso no impedía que sus padres ya estuvieran de pie y hablando en voz baja, seguramente para no despertar a su hermana menor.
Esperó pacientemente sin moverse de su lugar, hasta que escuchó el sonido de un par de sillas al ser arrastradas y posteriormente, el de la puerta al ser abierta y luego cerrada, indicándole que el viejo Ricardo dejaba la calidez de casa para ir a su trabajo en el aserradero.
Lanzó su cobija a un lado y se levantó de un salto. Se colocó sus botas, una gruesa chamarra y unos guantes negros, todo con demasiada prisa que estuvo a punto de caerse un par de veces. Tomó su cámara y su celular arrojándolos dentro de su vieja mochila de color rojo, junto a un rollo de papel y un encendedor. Abrió con cautela la puerta de su cuarto, viendo justo a tiempo cuando su madre se encerraba nuevamente en su habitación, seguramente para conseguir unos minutos más de sueño, antes de que su hermanita debiera levantarse para ir a la escuela.
Al salir de la seguridad de su casa, el helado viento le acarició inmediatamente en el rostro sonrojando sus mejillas y su nariz. Vio cómo su respiración se volvía visible ante ella en forma de curiosas volutas de humos y una ligera sonrisa acudió a sus labios al recordar sus años de primaria, dónde todos solían fingir estar fumando con un rollito de hoja de libreta o alguna pajita de zacate seco.
Con una de sus manos afianzó la correa de su mochila sobre uno de sus hombros y la otra la resguardó en la bolsa de su chamarra, buscando algo de calor. Si se apresuraba podría llegar a tiempo a su destino y estar de regreso para la hora en que su pequeña hermana se debía ir a la escuela.
Sus pasos chapoteaban sobre el húmedo suelo de terracería. El sereno que caía durante la noche, era suficiente para mantener fresca la tierra por las últimas lluvias que dejaba tras de sí el verano. El lodo se adhería inmediatamente a la suela de sus botas, volviéndolas un poco pesadas conforme más avanzaba, un hecho que podía resultar incómodo pero al cual los habitantes de El Toro estaban acostumbrados.
Sus ojos iban de un lado a otro, atentos a su entorno. Solo algunas luces en las casas vecinas estaban encendidas y por el momento parecía ser la única persona en la calle. A lo lejos podía escuchar claramente el ladrido de los perros y vagamente, los maullidos de algún gato. A Maika le encantaba esa atmosfera de madrugada, cuando el cielo parecía tornarse más oscuro para luego comenzar a pasar a la claridad de la mañana. Por supuesto que ese gusto no se debía a la poca actividad humana, para nada; era más bien por el extraño encanto que parecía rodear al pueblo a esa hora específica, era una calma muy atrayente, al menos para ella.
Sus pasos le llevaron hacia el noroeste del pueblo, cerca del pequeño panteón. No solía frecuentar mucho ese rumbo, pero había encontrado en internet varias fotos de unas enormes rocas de las que no había sabido de su existencia hasta ahora. ¿Por qué nadie le había hablado de ese lugar? Era un insulto para ella vivir ahí e ignorar la existencia de ciertos lugares. Ella inmediatamente pensó que podría obtener una mejor fotografía que esas que había mirado en el perfil de alguien y quizás, podría explorar un poco más el terreno desconocido y encontrar mejores vistas.
Mientras rodeaba el panteón, no pudo evitar pensar que irónicamente la niebla siempre parecía arremolinarse justo en ese sitio. Parecía un espectro que se asentaba cerca del suelo y danzaba burlescamente sobre las tumbas de hormigón y las enormes cruces, dando razón para que nacieran cuentos o leyendas de apariciones y quien sabe que más. Sonrió divertida, pues aquello no podía parecerle más absurdo. Maika se consideraba una escéptica de todos esos inventos, ella prefería pensar que su mente era privilegiada por no dejarse traicionar por sus sentidos; en todo caso, si ella viera algo fuera de lo normal, intentaría averiguar de qué se trataba y no salir corriendo cobardemente a contar una historia exagerada que posiblemente solo sería producto de su imaginación y el miedo. En el mejor de los escenarios, podría resultar en un clásico cuento para los niños a la hora de dormir.
No fue difícil encontrar el lugar que buscaba. Lo malo, fue que tardó más de lo previsto y se perdió de ver toda la salida del sol desde el comienzo. Claro que no había podido saber a cuanta distancia estaba tal lugar.
Cuando alcanzó la cima de las rocas, el sol ya había despuntado y arrojado sus primeros rayos de luz sobre el enorme llano tupido de casitas de las que sobresalían chimeneas arrojando largas volutas de humo que creaban una visible y artificial atmósfera sobre los techos. Se sentó sobre la fría roca y dejó caer su mochila a un lado. Sacó su cámara y esperó un poco para encontrar el momento que creyera perfecto para poder capturarlo, sin embargo su mente le traicionó nuevamente con sus pensamientos y se quedó bastante tiempo perdida entre ellos.
No era ningún secreto que en su casa había bastantes problemas. Estaba más que segura que los vecinos estaban más al tanto de lo que ocurría dentro de su hogar que de lo que ella misma sabía. Desde el momento en que su hermana se fue con un fulano, las cosas se pusieron bastante pesadas. A veces pensaba que su padre la odiaba por ser tan distinta a todo lo que se refiere ser mujer; ser hogareña, ordenada, delicada y sumisa. Lo cierto era que a ella no le haría feliz estar casada y sujeta a un marido para que la mantuviera el resto de su vida. Maika sí tenía sueños y no estaba dispuesta a simplemente renunciar, porque eso significaba tomar una decisión, significaba dejar atrás su pasión, lo único que parecía mantenerla con los pies en la tierra y que impedía que terminara amargándose la vida.
***
Por la tarde se encontraba cruzando las puertas del único lugar que parecía estar tomando bastante bien el avance y los usos de la tecnología. El pequeño cyber estaba abarrotado de una larga fila de alumnos de preparatoria que esperaban su turno para poder imprimir sus tareas. Dio un rápido vistazo, pensando en que, quizás, podría volver más tarde para imprimir algunas de sus fotografías, cuando observó a un hombre levantarse de una silla después de que usara una de las computadoras. Era un tipo bajo y moreno que no encajaba para nada en la descripción de los hombres que residían en El Toro, los cuales eran altos y delgados, al menos en su mayoría. Era curioso ver que alguien visitara el lugar cuando las vacaciones estaban todavía a varias semanas de distancia, así que podía deducir que su presencia se debía a un asunto muy distinto al de turistear.
—¿No es de por aquí?—preguntó Maika con un tanto de curiosidad cuando el hombre se acercó a formar parte de la fila. Ciertamente su pregunta fue estúpida, pues por los rasgos y su baja estatura podía decir que era un forastero. Ella culpaba a su poca capacidad de interactuar con desconocidos lo que la había hecho cuestionar lo obvio.
El hombre le sonrió con amabilidad.
—No—dijo mientras buscaba algo en su maletín—. Vengo de la ciudad. Estoy buscando personas que quieran estudiar.
—¿Estudiar qué? ¿Una carrera?—indagó ella interesada, girando un poco su cuerpo para poder verle de frente. A Maika le hizo gracia darse cuenta que ella le pasa más de una cabeza de altura al hombrecito.
—Así es—respondió él, distraído en buscar quien sabe qué cosa—. La escuela está ofreciendo becas para quien desee inscribirse.
—¿Y de qué trata?
—¡Oh! ¡Aquí estás!—exclamó, sacando una hoja tamaño carta con unas imágenes de edificios y letras rojas—Lo siento, mi nombre es Carlos Acosta.
—Maika—respondió ella, estrechando la mano con el hombrecillo.
—¿Te interesaría?—preguntó él—Son carreras cortas de un año y medio, con la beca que ofrecemos terminas pagando muy poco y tienes la ventaja de salir con un buen trabajo.
—Ah, yo no…—comenzó a decir apresurada, intentando negarse.
—Mira, no tienes qué comprometerte o decirme nada. Pero puedo mostrarte el programa y las carreras, si quieres.
Maika se quedó mirando con incredulidad al hombre. Su cerebro estaba intentando procesar las palabras y lo que éstas significaban. Cuando salió esa mañana, su único plan era buscar nuevos lugares para fotografiar. Sin embargo, en ese momento las cosas estaban dando un giro curiosamente inesperado. ¡Dios! ¡Podía ser la oportunidad que había estado esperando casi durante tres años!
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