@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Oct 19, 2019 Chapter 7
Sábado 7:00 pm
El día se volvió demasiado largo. Las horas se habían estancado al igual que los minutos y parecía que no tenían intención de moverse. Algunos vecinos habían comenzado a acercarse. Todos desconocidos para ella. Vio rostros tristes, otros indiferentes, otros cuantos simplemente curiosos, movidos por el morbo que genera una muerte repentina.
El ambiente había estado aparentemente tranquilo. O al menos así lo fue hasta que los padres de Michel y de Diana finalmente llegaron.
Maika trató todo lo posible de mantenerse al margen de la situación. No quería involucrarse demasiado con la familia en duelo, no por insensible, sino porque no sabría qué decir o hacer. Sabía que no existían palabras que pudieran ser realmente escuchadas en tal caso. Además, el llanto de cada uno de ellos fue suficiente para mantenerla alejada. Su rostro no dio muestras ni siquiera de empatía por lo que estaba sucediendo. Su hermano le había dicho que debía ser fuerte. Su padre le había dicho que debía ser fuerte. Ver a sus sobrinos la convencía de que debía ser fuerte.
Para el anochecer, la funeraria entregó nuevamente el cuerpo, pero ahora metido en un féretro. A pesar de que casi había pasado todo un día, Maika no era capaz de concebir su ausencia. Su amigo estaba dentro de ese cajón. Su amigo ya no iba a volver. Su amigo ya no le contaría sus planes para el futuro. Porque estaba muerto. Mich se había ido.
En ese momento, agradeció la presencia de su prima Samara justo a su lado, y también sus palabras a modo de distracción.
Al menos el dolor se volvió un poco más llevadero.
Domingo 2:00 am
El entierro sería en Oam, un pequeño pueblo nombrado en el dialecto pima de sus habitantes, el cual significaba Amarillo, por los grandes pastizales que adquirían un color amarillo cuando el otoño aparecía. Mich y su familia provenían de ese lugar que se encontraba aún más al abandono que El Toro.
Maika estuvo muy al pendiente de los comentarios que se hicieron respecto al traslado. Dejó listas sus maletas, porque para llegar a Oam debían cruzar primero por El Toro y su plan era quedarse ahí. Por llamada, sus padres le habían comentado que ellos irían más tarde a Oam para acompañar a Diana y su familia, pues era domingo y Maika sabía que era el día cuando iban a la iglesia.
Eran las dos de la mañana del día domingo, los hombres se encargaron de subir el féretro a una camioneta que consiguieron prestada para viajar hasta Oam.
Maika vio con algo de incomodidad el momento cuando todas las luces de la casa fueron apagadas y las personas, todas familiares de Mich, comenzaron a despedirse entre ellos, deseando buen viaje a Diana y a sus padres y a otros cuantos que los acompañarían. Había una tristeza y nostalgia increíble clavándose en su pecho al saberse una completa intrusa entre ellos observando el sufrimiento ajeno sin poder expresar el suyo. Se sentía completamente sola. Tenía a su hermano, pero entendía que él debía estar con su esposa. Maika podía soportarlo, no tenía por qué derrumbarse, no cuando en el pasado la muerte le era indiferente. No tenía por qué afectarle.
Pero claro que le afectaba.
No sabía cómo sentirse al respecto cuando se dio cuenta que viajaría en el mismo auto con los padres de Mich. Se subió después de Karla, una de las primas de Mich, la cual cargaba a su bebe y lo arrullaba suavemente para que dejara de quejarse entre el sueño. De su lado derecho quedó el hermano menor de esta. Eso la dejaba a ella en una posición incómoda en medio de ambos, pues no les conocía demasiado, así que tampoco era que pudiera intentar iniciar una conversación porque ¿de qué podían hablar? Acababan de perder a alguien y lo que menos quería era parecer una insensible o desconsiderada.
Revisó su teléfono para ver la hora, eran las 2:20 am, eso significaba que, posiblemente llegarían a El Toro a las 7. Suspiró profundamente, haciéndose a la idea de que serían las cinco horas más largas de su vida.
Y no se equivocó.
La primera hora del viaje escuchó a Aurora, la madre en duelo, llorar por lo bajo, dando entrecortados suspiros imposibles de controlar mientras su hermana Amelia acariciaba su espalda para tratar de calmarla un poco y mostrar su apoyo. A sus costados, sus acompañantes se habían acurrucado contra las ventanas para conciliar un poco la falta de sueño. Internamente sintió un poco de envidia pues en su caso, no había manera de que se acomodara para dormir. Si tan solo tuviera un poco de confianza con ellos no le habría importado recargarse en el hombro ajeno.
Las siguientes horas se volvieron un suplicio, las curvas se hicieron presentes y Maika solo quería llorar de frustración. En varias ocasiones había dado de cabezadas a punto de quedarse dormida, pero el movimiento del carro la lanzaba sin contemplación hacia los lados y le era inevitable el despertarse bruscamente a los segundos de haber cerrado sus ojos. Había demasiado cansancio y tensión en su cuerpo. Sus ojos ardían, su cabeza punzaba, y había una extraña fuerza intangible haciendo presión en su pecho como si tratara de robarle el oxígeno. Solo quería llegar a casa, solo eso pedía para finalmente deshacerse de esa carga sobre sus hombros.
***
Efectivamente, pasado de las 7:00 am llegaron a El Toro.
Maika sintió un enorme alivio instalarse en su pecho cuando logró divisar las pequeñas casas que arrojaban humo de sus chimeneas y formaban una tóxica y artificial nube sobre ellas. Sus manos y su cuerpo temblaban de anticipación, deseosa de bajarse ya de ese auto y correr a su casa para acurrucarse en el calor de su cama y no asomar su cabeza hasta otro día. Por otro lado, no quería pensar en que horas más tarde estarían enterrando a su amigo tres metros bajo tierra y que entonces todo acabaría. Entonces todo se volvería aún más palpable, más real, más doloroso.
El auto se detuvo en la calle principal donde estaba una gasera. Maika reconoció inmediatamente los dos carros que estaban esperándoles. Su padre y su madre estaban ahí.
Bajó inmediatamente, casi empujando en el proceso al chico que había ido a su derecha en el camino. Saludó a Antonio, amigo de su familia y que al igual que sus padres acostumbraba ir a la iglesia. Luego, asintió en dirección a su padre, antes de dirigirse hacia su madre y dedicarle una sonrisa forzada.
—¿Cómo estás?—preguntó Luisa al ver el rostro demacrado de su hija.
Maika se encogió de hombros sin saber qué contestar a ello.
—Pues… Todo bien—dijo sin mucho ánimo.
Luisa sonrió a modo de comprensión y la dirigió al carro. La cubrió con una pequeña cobija aborregada y no dijo más.
No se despidió de nadie. Maika solo se quedó ahí, observando a través del vidrio polarizado hacia ningún punto en específico, esperando que su padre y Antonio terminaran de hablar con los demás para poder terminar su camino, volviendo a su casa de la cual había salido tan solo hacía tres semanas atrás.
El clima parecía estar reflejando la tristeza del momento, los sentimientos de la pérdida y el dolor. Estaba nublado y el frío parecía traspasar a través de los vidrios del carro, colándose sobre las ligeras prendas que la cubrían, calando hasta lo más profundo de sus huesos. Las calles estaban húmedas como si acabara de llover, posiblemente había llovido durante la noche, algo normal tomando en cuenta las características ambientales de la zona. Por supuesto, Maika no era capaz de percatarse de esos detalles que le hubieran parecido agradables en otro momento.
Su padre finalmente subió a la vieja camioneta y sin decir una palabra, simplemente arrancó.
Cuando llegaron a casa y su padre metió la camioneta al patio, Maika fue la primera en bajar. Se estremeció cuando se alejó del calor del cuerpo de su madre y el viento atravesó sin piedad sus prendas. Sus pies se movieron por mero instinto, conociendo de memoria el camino a la puerta de su casa. Sus pasos fueron pesados, lentos, cortos; sus hombros encorvados un poco hacia el frente y sus brazos cruzados sobre su pecho con fuerza para conservar un poco su calor corporal.
Esperó a un lado de la entrada, a que su madre sacara las llaves y le diera acceso. Entró a casa y fue directamente a la sala y sin más se tiró sobre uno de los sillones, haciéndose un ovillo inmediatamente para hacer entrar en calor a su cuerpo. Sintió los pasos de sus padres en la cocina y luego en la sala; ambos se sentaron en el otro sillón.
—¿Dónde está Marie?—murmuró Maika.
—Aún está dormida—respondió su madre con suavidad, como si de cierto modo temiera alzar la voz en su presencia.
Maika trató lo mejor que pudo, comportarse como si nada hubiera pasado. Trató por todos los medios parecer tranquila y no preocupar a Luisa. Forzó a su estómago a comer el desayuno que ella le había preparado y mantuvo una ligera conversación con sus padres. Pero todo se fue al caño cuando su hermanita finalmente se levantó y con una expresión sorprendida le preguntó qué hacía ahí.
Maika habría deseado permanecer inmutable y no sentirse afectada al pensar en la razón que la había llevado de regreso a casa, pero a esas alturas, ya era imposible. Maika no pudo soportarlo más y finalmente se derrumbó, dejó escapar todas las lágrimas que se había tragado por tantas horas. Su llanto se volvió alto mientras pasaba por un lado de su hermanita y se dirigía a su vieja habitación.
Quería detener lo que estaba sintiendo. Su pecho dolía profundamente y su respiración errática le hacía las cosas más difíciles. Maika nunca había entendido porque las personas gritaban cuando perdían a alguien, hasta cierto punto le había llegado a parecer gracioso, pero nada podía estar más lejos de la realidad. Dolía como una herida abierta, dolía como si algo invisible quisiera atravesarle el pecho, dolía como si se estuviera quemando de adentro hacia afuera, dolía como si le estuvieran arrancando el corazón.
No supo cuánto tiempo estuvo revolcándose en el suelo de su habitación, llorando y golpeando lo que estaba a su alcance, gritando para poder sacar lo que la estaba destrozando por dentro, cuando sintió que unos brazos le tomaban y le alzaban para recostarla sobre una superficie suave y calientita. Entre lágrimas, Maika logró ver el rostro de su padre. Se percató del tacto de una de sus grandes manos al pasar entre sus negros cabellos y posteriormente sintió un delicado beso contra su frente. Sus lágrimas se derramaron ligeras como el agua y sin ninguna contención, no había nada que ella pudiera hacer para detener su llanto, nadie podía hacer nada para detener su sufrimiento.
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