@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Dec 14, 2019 Chapter 16
Aaron conversó un poco con ella luego de que consiguiera tranquilizarse. También la aconsejó. Y podía decir, que al menos un poco del peso que había cargado sobre sí se había ido. Hubo un momento vergonzoso cuando su hermano mencionó el apego que tenía hacia sus padres y todo el tiempo que había pasado viviendo con ellos. Maika no lo veía así. Ella no pensaba que uno de los factores por los que estaba mal era el no haberse separado de sus padres cuando debió; su perspectiva respecto a su relación con sus padres era muy diferente a como todo el mundo la imaginaba. Pero al menos estuvieron de acuerdo en que Ricardo siempre los había presionado demasiado para ser buenos hijos, sin ofrecerles tiempo de calidad; cuatro hijos y el viejo seguía pensando que podía tratarlos a todos de la misma manera.
Después de pasar esa crisis, Maika fue completamente consciente de que la cosa aún no terminaba. Sería un sueño hecho realidad que todo se resolviera así de fácil. La vida sería mucho más sencilla, y quizás, hasta aburrida. Así que, de momento, se conformó con ese ligero sopor que invadió su cuerpo luego de descargar un poco de su tensión, frustración y cualquier otro sentimiento negativo.
De regreso a casa de su tía Marcela, Maika no pudo evitar el desasosiego que le generó la idea de cruzar aquella puerta. Sabía que ella no estaba recluida en un solo lugar, pero aun así, temía por lo que pudiera suceder al volver a encerrarse entre esas paredes. Fue suficiente estrés para un día el haber terminado en urgencias por nada y el llorar contra su hermano con total desconsuelo mientras estaban en la calle.
—¿Cómo sigues?—cuestionó su tía Marcela en cuanto las vio cruzar el umbral.
Maika se revolvió incómoda, jugueteando con los bordes de su camiseta. Samara seguramente había puesto al tanto a su tía Marcela de todo lo que había sucedido. Cada escena estaba fresca en su memoria; la salida precipitada no le había dado tiempo de nada. Seguía en sus ropas de dormir; solo había logrado ponerse sus tenis.
De pronto se sintió avergonzada.
—Pues… un poco más tranquila—musitó, al tiempo que se sentaba a la mesa, en una de las sillas que quedaba junto a la pared.
—Samara—llamó Marcela a su hija—, deberían de ir tú y Gael a comprar algo para comer. Ustedes tampoco han comido, ¿cierto?
Samara suspiró profundamente y negó.
—Puedo ir yo sola—respondió, tomando el dinero que le tendía su madre para luego salir una vez que Marcela terminó de darle instrucciones.
Entonces, Maika levantó su mirada y se percató de la presencia de un hombre que estaba sentado justo al lado de la puerta, en una sillita metálica. El hombre había estado demasiado quieto que ni siquiera Samara lo había notado.
—Ah, él es David—presentó Marcela cuando vio que su sobrina se había quedado muy quieta observando al intruso.
—Maika—respondió ella con un susurro a modo de presentación. Entrecerró sus ojos, observando con cautela a David.
El hombre le sonrió un poco y asintió.
—¿Cómo estás?
Maika frunció el ceño. Tal vez estaba un poco desequilibrada en ese momento, pero eso no significaba que le agradara la idea de tener una conversación con un desconocido.
Carraspeó incómoda, antes de desviar su mirada y responder.
—Bien—dijo con simpleza.
Y por extraño que pareciera, el hombre comenzó a hacerle un recuento acerca de su día y el trabajo que hacía. Maika realmente no podía concentrarse en sus palabras, le parecían tan lejanas y sin sentido, que lo único que podía hacer era asentir y soltar monosílabos de vez en vez, para fingir que lo estaba escuchando. En ocasiones se sentía un poco hipócrita, pues ya no le costaba nada engañar a los demás; ya se había vuelto normal para ella actuar de esa manera despreocupada que ocultaba completamente todo malestar que tuviera. Por otro lado, no recordaba haber visto antes a ese hombre, tal vez era algún familiar de su tía Marcela, o un conocido de su tío. No lo sabía y no le interesaba, solo quería deshacerse de la sensación de dolor que había sobre su pecho; esa tensión ahora tan familiar que le indicaba su constante presencia.
—Le hablé para que te diera un masaje—dijo su tía de pronto, sacándola de su aturdimiento.
—¿Qué?
—Sí, ya vez que dices que te sientes cansada y no duermes…
Maika quería decir que no quería. Quizás era por lo sucedido en el día y la presencia fantasmal que parecía cernirse tras de ella, pero lo cierto era que ese tipo no le daba ninguna confianza. Había algo extraño en él, en su presencia. Suficiente tenía con ella siguiéndole los pasos a donde sea que fuera como para lidiar con otra extrañeza.
—Ah, pues…—Maika no sabía cómo responder. Una voz en su mente le gritaba que era una mala idea. La otra voz, la más razonable, le señalaba que su tía había hecho un esfuerzo en traer a alguien para que la “ayudara”. Pensó en que, sería descortés negarse. Además, no es que como si tuviera mucho que perder—Bien—aceptó finalmente.
—Mira… Sé que es raro—intervino nuevamente el desconocido—, quise platicar contigo antes porque… bueno, me gusta que las personas que atiendo se sientan cómodas antes de…
No, definitivamente no se había sentido nada a gusto. Mucho menos cuando este mencionó que “tenía un don” y que solo aceptaba ayudar a las personas, cuando así lo sentía.
La vida de Maika se había tornado demasiado extraña en cuestión de pocas semanas, pero definitivamente lo que David le decía, no hacía que todo sonara mejor.
Después de aquel extraño episodio y un glorioso masaje, Maika perdió un poco el sentido. Fue bastante raro el haber cerrado los ojos y no abrirlos hasta otro día. Todo se sentía diferente, se sentía suave, ligera y a la misma vez pesada, como si todo su cuerpo pudiera volverse líquido en cualquier momento. Su mente estaba en un plano completamente distinto al que se encontraba su cuerpo; era consciente de moverse, pero no así de las acciones que realizaba, era casi como estar catatónica. Sus movimientos eran en automático por completo.
Había dejado de asistir a la escuela y lo cierto es que eso no podía preocuparle menos; en realidad no había nada en su mente, era como estar en blanco sin la capacidad de encontrar un hilo de su vida del cual pudiera comenzar a tirar para continuar viviendo.
Maika estaba comenzando a desesperarse. Mientras que antes le costaba demasiado dormirse, ahora su cuerpo caía laxo y no sabía nada de sí hasta el siguiente día. Maika casi podía decir que extrañaba ese sentimiento de extremo cansancio y tensión absoluta; eso al menos le hacía sentirse viva. Había algo ligeramente aterrador en el hecho de no sentir absolutamente nada; había ocasiones en las que se entretenía pellizcando sus brazos, esperando sentir el pinchazo, y ciertamente lo sentía, pero no había reacción alguna en ella, el dolor había pasado a un segundo plano.
Maika volvió a la iglesia al siguiente domingo. En esta ocasión se presentó sola. El recibimiento fue el mismo que la vez anterior; abrazos aquí y allá, y preguntas variadas sobre sus padres. No podía decir que estuvo concentrada en las presentaciones, ni mucho menos en el programa que realizaban, pero cuando menos sus síntomas se redujeron a un ligero temblor en sus manos y una incómoda picazón sobre su pecho y su cuello, señal inequívoca de que ella aún estaba cerca.
Cuando todo finalizó, antes de que pudiera alcanzar las puertas dobles para salir al exterior, fue interceptada por una mujer joven que lucía una amplia sonrisa. Habría deseado rodearla, pero era imposible. Era inevitable ese encuentro, sobre todo, después de saber que tenía algo para comunicarle.
—Hola, ¿tú eres Maika cierto?
Maika carraspeó y asintió lentamente.
—Mucho gusto, soy Katia—compartieron un saludo de mano—. Conocí a tu padre cuando era más pequeña, él es amigo de mi papá.
—Oh, qué bien—musitó, desviando su mirada de vez en cuando, esperando que ya no le estuviera reteniendo más.
—Mira… quería hablar contigo porque Ricardo habló conmigo.
Maika entonces enfocó su mirada en la mujer con interes.
—¿Qué quería?
—Me comentó que has estado teniendo algunos… problemas—Katia esperó por una respuesta o una confirmación a sus palabras, pero la chica no dijo nada, solo mantuvo una expresión seria. Katia tomó su silencio como luz verde—. ¿Crees que podrías reunirte conmigo dos veces a la semana?
Maika estaba preguntándose qué le diría exactamente Ricardo a esta mujer. Su padre jamás había sido alguien que se preocupara demasiado por su familia, y por eso dudaba que él supiera, cuando menos, un poco de lo que le sucedía. Sin embargo, antes de dar una respuesta, contempló sus opciones. La más acertada era que seguía sintiéndose desesperada por una solución, por algo distinto, por algo nuevo, por un descanso en su totalidad, porque todo era cuestión de que abriera sus ojos para que su mente comenzara a revolucionar a una velocidad alarmante. Seguía habiendo demasiado ruido en su cabeza. Así que, pensando en el hecho de que todos ahí parecían conocer muy bien a su familia, aceptó la idea.
—Está bien—soltó luego de un par de minutos—. Creo que… que puedo hacer eso.
—Perfecto, ¿te parece bien miércoles y viernes?
—Cualquier día es bueno—murmuró con un encogimiento de hombros.
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