@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Nov 02, 2019 Chapter 9
La casa de la tía Marcela era bastante grande. Contaba con tres habitaciones, un baño, una pequeña cocina y una alargada sala. Maika imaginaba que se debía a la zona en la que se encontraba, la cual debía admitir, era bastante céntrica y un tanto bonita. Lo mejor de todo, es que justo al frente había un pequeño parque ¡con columpios en perfecto estado! Sin importar la edad que tuviera, a ella le seguían emocionando los columpios. También había cuatro líneas de autobuses que iban al centro de la ciudad, y un montón de taxis que no dejaban de transitar por las calles principales, lo cual era una enorme ventaja cuando debía ir a la escuela. Además, había dos tiendas grandes que proveían fácilmente lo que la gente de Santa Clara necesitaba, así que el nuevo lugar estaba más que bien. Lo que no estaba bien, era ella.
Aaron le habló un viernes por la mañana para invitarla a comer a su casa, alegando también que Diana quería verla. Maika no había podido negarse. Había pasado una semana completa desde que volvió a la ciudad, en la cual no había puesto un pie en esa casa, así que haberse negado habría sido demasiado descortés de su parte.
—¿Vas a salir?—preguntó Samara, entrando en la habitación que le habían dado nada más al llegar con ellos.
Maika dejó de verse en el espejo y escondió lo mejor que pudo la incomodidad que sentía. Forzó una sonrisa y asintió.
—Mi hermano quiere que vaya a su casa—respondió, desviando su mirada de su prima, para ponerse a buscar algo en su maleta, o al menos fingir que lo hacía.
Samara entrecerró sus ojos, extrañada por el comportamiento de la otra. No era normal que Maika rehuyera a su mirada, ni a la de nadie en realidad.
—¿Estás bien?
—Sí, ¿por qué no lo estaría?—su respuesta vino quizás con demasiada prisa, quizás de manera algo sospechosa. Sabía que Samara podía ser bastante perceptiva, pero rogó internamente para que no le cuestionara nada al respecto.
—¿Ya sabes cómo llegar?
Lo dicho, Samara percibiendo su estado decidió ignorar lo que sucedía, al menos de momento; Maika agradecía eso.
—Sí, recuerdo perfectamente a qué camiones debo subirme.
—Bien.
Samara acompañó a Maika a la puerta y simplemente la observó retirarse.
Veinte minutos después Maika se encontraba frente al portón de malla de la casa de su hermano. Justo en ese instante pensó que aquello era una mala idea. Una rara sensación se revolvía en su pecho, esta se desviaba a su nuca y a la punta de los dedos de sus manos, su respiración se volvió superficial y sus pensamientos se volvieron caóticos por un segundo. Inhaló y exhaló profundamente un par de veces antes de atreverse a soltar la cadena enganchada a un pequeño clavo que detenía la puerta para finalmente entrar al patio. El poco tiempo que le llevó llegar a la cocina, lugar de donde salían las voces de su hermano, su cuñada y sus sobrinos, sintió sus pasos pesados y lentos como si inconscientemente estuviera tratando de retrasar lo inevitable.
—Maika—saludó Aaron en cuanto la vio en la entrada de la cocina. Se puso de pie y le dio un medio abrazo.
—¿Cómo estás, viejo?—saludó en respuesta, sonriendo levemente aunque las ganas de salir corriendo fueran, de repente, más fuertes que el deseo de permanecer ahí.
—Bien—respondió Aaron con simpleza.
Maika se acercó a Diana y dejó un beso en su mejilla. Luego se dirigió a sus dos sobrinos, bajando a su altura y abrazándolos unos segundos para que pudieran seguir comiendo. Cuando se incorporó y se giró de nuevo hacia Diana, se dio cuenta de la ropa que ella llevaba.
—¿Vas a ir a trabajar?—preguntó extrañada.
Diana asintió.
—Sí, entro a las tres.
—¡Oh!—Exclamó Maika sin saber que más agregar, y no porque no tuviera nada que decir, sino porque no le parecía pertinente cuestionar por qué trabajaba, cuando acababa de perder a su hermano mayor. Si le preguntaban, no creía que fuera muy buena idea seguir con ese tipo de responsabilidades cuando no había estabilidad emocional. Pero bueno, ella no era nadie para quitarle las intenciones, tal vez sino se presentaba podían despedirla.
Maika se negó a sentarse y sólo estuvo parada haciéndose tacos con la carne que habían preparado, hablando demasiado y caminando y moviéndose, incapaz de permanecer quieta por un segundo. Había algo apretando con fuerza su pecho, dolía y se sentía como si en cualquier momento fuera a dejar de respirar. Sin embargo, al igual que las veces anteriores, hizo lo posible por ignorarlo.
Maika se disculpó un momento y se dirigió al baño. Ignoró el corto pasillo dónde la muerte de Mich había sucedido, cruzó la puerta y se acercó inmediatamente al lavabo. Pasó saliva con algo de dificultad, se miró en el espejo por largos segundos y se observó con atención, tratando de encontrar lo que estaba mal con ella. Definitivamente se estaba volviendo loca. Abrió la llave, agarró agua entre sus manos y se inclinó para lavarse el rostro y tratar de quitar el hormigueo que sentía correr por su rostro y su cuello. Cuando se incorporó nuevamente, se llevó un susto de muerte cuando por el reflejo del espejo vio un destello oscuro esconderse tras ella. Giró inmediatamente con el corazón en la mano, figurativamente, estremeciéndose al no encontrar nada; aunque no sabía si prefería eso o haberse encontrado con algo.
—Ya estoy loca—musitó, negando y saliendo del baño.
—Oye—le llamó su hermano.
—Dime.
—Ten—Aaron extendió su mano y ofreció a Maika una pequeña cajita.
—¿Qué es?
—Un celular—Aaron sonrió ante la mirada sorprendida que le dedicó su hermana—. No me mires así, es para que te deshagas de ese pedazo de chatarra que te empeñas en seguir usando.
Esta vez el gesto de Maika se convirtió en uno indignado.
—Esta chatarra me ha funcionado muy bien hasta ahora—replicó Maika cuando se repuso un poco, metiendo su mano al bolsillo delantero de su pantalón para tocar su viejo celular como si quisiera protegerlo.
Aaron sonrió ladino y luego revolvió el cabello de ella con descuido.
—Es un regalo, así estarás mejor comunicada con todos.
Maika forzó una sonrisa y asintió.
—Gracias.
—¿No te gusta?
—¡Sí! Claro que me gusta—Exclamó ella—, es solo que…—Maika miró alrededor con algo de aprensión—¿no crees que hace algo de frío? ¿Y Diana?—inquirió de manera distraída, inquieta, tamborileando sus dedos sobre la cajita entre sus manos.
Aaron entrecerró sus ojos.
—Bueno… estamos junto a la puerta y… tú sabes… el aire está fresco… Y Diana ya se ha ido a trabajar.
—Sí, pero es cómo si en esta parte en específico se sintiera frío—insistió, no poniendo demasiada atención a la respuesta a su segunda pregunta.
Aaron suspiró al darse cuenta de lo que ocurría. Maika tenía una mirada distraída desde el momento que llegó. La había notado mover sus manos de manera nerviosa y ahora ocurría esto.
—Yo también me sentí así cuando volví.
Entonces Maika miró a su hermano con duda y algo de curiosidad.
—¿A qué te refieres?
—Cuando regresé… la casa se sentía extraña, fría, el ambiente pesado. Tuve que dormir con la luz prendida la primera noche.
Maika soltó un bufido en medio de una corta risa nerviosa, comenzando a incomodarse.
—¿Por qué me dices eso?—cuestionó con algo de desdén.
—Porque la mente a veces te juega malas pasadas—contestó él con voz suave—. Hubo ocasiones, mientras estaba solo, en que podía jurar que lo escuchaba roncar—confesó—, pero yo mismo luchaba contra esas ideas y me levantaba para comprobar que solo se trataba de mi imaginación. Uno cree que pasan cosas raras cuando alguien muere.
Un nudo comenzó a formarse en su garganta, sus ojos ardieron de esa manera tan conocida que le informaba que se estaban llenando de lágrimas en contra de su voluntad, y su labio inferior temblaba ligeramente.
—Yo no…
—Tienes que irlo superando—dijo Aaron cuando vio a su hermana comenzar a romperse.
—No lo soporté cuando llegué a casa con nuestros padres—confesó Maika en un susurro, con las lágrimas deslizándose ya por sus mejillas—. No pude seguir fingiendo… yo…
—Lo sé—dijo él—. Luisa me habló y me lo dijo.
Maika sonrió de manera rota y asintió.
—Claro—musitó ella con voz rota.
Aaron sintió empatía por su hermana, él mismo sentía un deseo enorme de llorar, así que lo hizo. Lo hizo mientras abrazaba a Maika y se aferraban el uno al otro para desahogar la pena, porque al no ser familiares directos, quizás todos dieron por hecho que no sufrirían, lo cual era una vil mentira.
Maika por otro lado, le rompía el corazón ver a su hermano de esa manera. Él siempre había sido alguien rudo que no se derrumbaba por nada, pero verlo en ese momento siendo débil junto a ella, le trajo una pesada angustia a su alma por no haber podido estar con él en esa semana en la que estuvo solo porque sus responsabilidades le habían impedido darse un descanso como el resto de ellos. Porque nadie había estado con él, y nadie parecía notar que él también sufría. Después de todo, Michel fue su cuñado.
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