@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Nov 22, 2019 Chapter 12
Maika se sintió estúpida.
El doctor que la atendió era un hombre mayor. Había sido agradable y con una paciencia infinita al parecer, pues no se mostró irritante en ningún momento mientras balbuceaba tratando de explicar lo que le pasaba. En esa consulta pudo darse cuenta que sus nervios estaban destrozados desde aquel momento en el que había vuelto a casa de su hermano. Se le recomendó no volver, a no ser que se sintiera lista, y definitivamente no lo estaba. Samara también le comentó acerca de la anterior consulta, del electrocardiograma ordenado, pero el doctor desechó inmediatamente la idea y le dijo a Maika que estaba bien, que tenía un corazón fuerte y en perfecto estado. Sin embargo, una vocecita taladraba su mente con preguntas como: ¿y si el doctor está equivocado? ¿Cómo puede saber que estás bien? ¿Cómo puede estar tan seguro sin haber realizado ningún estudio?
También en ese momento hubo algo que salió a la superficie de su inconsciencia.
Maika recordó ese espantoso sueño que tuvo días atrás. Ciertamente no dormía. No descansaba. Al menos no del todo. Cuando alzó su mirada al techo de ese diminuto consultorio, se encontró con una de esas lámparas con ventilador que arrojaba líneas de luz mientras el abanico giraba. En su sueño, había visto una luz demasiado blanca estallar tras sus parpados; líneas de luz fulgurante y destellos oscuros como una noche sin luna. Recordaba haberse despertado completamente asustada, pues lo primero que había pensado es que había estado a punto de morir, pero que de una forma milagrosa había sido despertada para que eso no ocurriera. Y sí, asoció esa luz del consultorio con su sueño, o al menos pensó que era una buena manera de redirigir sus pensamientos a algo palpable, a algo real como ese ventilador de techo y su luz amarillenta. Era mejor pensar eso a creer que cada dos segundos se estaba muriendo.
El doctor le recetó pastillas para dormir, dijo que eran las menos agresivas que podía darle, -sí, así de mal se encontraba-, además de (más) medicamento para esa infección en su garganta. Y bueno, Maika no se había tomado de manera correcta el medicamento anterior. Se negaba a tomar tantas pastillas, se sentía como un enfermo en fase terminal que debía medicarse con un montón de chucherías farmacéuticas para aminorar los síntomas y contrarrestar los efectos secundarios con más pastillas. No quería eso. Solo la hacía sentirse más miserable.
Entonces, después de aquello, la mala racha continuó. La vida siguió pateándole la cara como si no tuviera algo más que hacer. Su padre le llamaba a aquello “la hora cero”. Y vaya que su hora cero se había extendido por demasiado tiempo. Las noches se convirtieron en un suplicio, se vio atacada por tensión en su abdomen. Internet le dijo que posiblemente se trataba de espasmos. La información no decía que fuera nada grave, pero era algo que también le estaba robando el sueño y la tranquilidad.
Y dado que no podía dormir, Maika comenzó a levantarse en las noches para tomar una biblia que su tía Marcela tenía siempre en el tocador y entretenerse leyendo. Leía en cualquier parte donde las letras resaltadas en negritas como un título llamaban su atención. De esa manera lograba distraer por escasos minutos a su mente. Pero nada parecía ser suficiente. Con el nuevo celular que le había regalado su hermano, había encontrado algunas aplicaciones dónde podía encontrar libros gratuitos, así que podía pasar horas deslizando su dedo sobre la pantalla táctil buscando algo lo suficientemente bueno para apagar su cerebro unos instantes, pero igual había fracasado en su intento.
Su cuerpo parecía no cansarse nunca, esperaba desesperadamente el momento cuando el cansancio fuera demasiado que la hiciera caer rendida, pero eso nunca pasó. Había días en los que veía el sol salir, y cuando eso sucedía, se concentraba en el ruido que producía su primo menor al levantarse para ir a la escuela, o en su tía Marcela que siempre madrugaba para hacer desayuno y otras cosas antes de irse a su trabajo. Y entonces, procedía el silencio. Sólo se quedaban en casa Samara y ella. Estaba perturbada, preocupada, cansada y no sabía que hacer al respecto. Cuando algún día no escuchaba el ruido, ya fuera de su primo o tía, tendía a preocuparse, pues era algo fuera de lo normal que la hacía rememorar nuevamente aquella fatídica mañana. Le perturbaba el ruido del silencio y las ganas de correr lejos invadían su sistema como si de esa manera pudiera escapar de la oscuridad que estaba consumiendo su mente poco a poco.
Además, estaba decepcionada. La emoción de poder estudiar algo de su gusto se había ido al caño con todo lo que le estaba sucediendo. No tenía fuerzas para levantarse y enfrentarse al mundo. No le encontraba sentido. Los días se le estaban escapando nuevamente como agua entre los dedos, tal como sucedió cuando había salido de la preparatoria. Por lo tanto, no se había presentado a clases en semanas.
—Deberías tomarte un té—comentó Marcela un día cualquiera.
Maika se revolvió un poco en la silla que había estado ocupando desde hace un par de horas, intentando editar una de sus últimas fotografías. En realidad no había hecho nada, solo mirar la pantalla, el teclado, luego la televisión, y así sucesivamente.
—No me gusta el té—dijo con un encogimiento de hombros.
—Pues algo deberías tomar para… lo que tienes.
Maika desvió su mirada de la pantalla de la computadora y la dirigió a su tía que se movía por la cocina acomodando trastes.
—¿Cree que serviría?
Marcela detuvo lo que hacía y prestó atención a su sobrina.
—Confío más en los remedios naturales que en las pastillas y esas cosas.
Maika sonrió ligeramente.
—Puede ser. Tenía mucho que no me enfermaba de gripa, y hace muchos años había dejado de tomar medicamentos.
—Entonces un té no te caería mal—volvió a insistir Marcela.
Maika admitió que no era mala idea. Tal vez no le gustaban esas bebidas, pero tampoco le gustaba la idea de seguir estresada por nada. Aunque, pensándolo bien, ella no era precisamente nada. Había veces en las que no la miraba, pero sabía que estaba cerca, el descenso de temperatura en el ambiente era un indicativo de su presencia, al igual que las incomodidades físicas que presentaba. Era como estar a un paso de la locura y la muerte cada segundo que pasaba.
—Le voy a hacer caso, entonces.
Ojalá no hubiera dicho nunca esas palabras.
Domingo día del Señor. Al menos eso decía su padre. Samara y ella acordaron asistir a una iglesia que se encontraba cerca de su casa, aunque a Maika no le pareció para nada cerca. La distancia perdió relevancia cuando al cruzar la rejilla, algunas personas se acercaron a ella para saludarla con abrazos y besos, preguntando si ella era la hija de Ricardo. Aquello fue bastante extraño, todos parecían conocerle y saber perfectamente quién era su padre. Sin embargo, Maika estaba en blanco. En su vida, nunca había mirado a ninguna de esas personas. O quizás no lo recordaba, porque al atravesar las puertas dobles de fierro y adentrarse en el edificio, en el templo, un recuerdo fugaz cruzó su cabeza. Ciertamente había algo familiar en el lugar pero no terminaba por completar el cuadro. Sus memorias siempre habían sido difusas, sobre todo las de su niñez, así que posiblemente había estado ahí cuando era una niña. Maika no pensó demasiado en ello. Más que nada porque parecía desesperada. Se sentía llena de energía pero a la vez con la necesidad de estar recostada, cubierta hasta su cabeza, para poder fingir que nada estaba mal.
El servicio dominical comenzó. Los segundos se volvieron eternos, no comprendía nada de lo que se decía o se cantaba. Supo inmediatamente que ella estaba ahí, tal vez no presente, pero podía sentirla, su cuerpo siempre le avisaba cuando ella estaba cerca. Sus manos inmediatamente comenzaron helarse y su cabeza a sentirse aplastada, presionada por una fuerza invisible que enviaba escalofríos por toda su piel. Sin duda no fue una gran idea salir. Salir de casa nunca era una buena idea. Era como si ella se esforzara más por hacerla sentir mal cuando se encontraba fuera de la seguridad de unas simples paredes, por echarle a perder la comodidad que pudiera sentir como si quisiera hacerla quedar en ridículo frente a una multitud. Así que, estar rodeada de personas no significaba que pudiera escaparse de ella.
Estuvo durante todo el servicio sintiéndose incomoda. Trataba de recordarse con frecuencia que aquello solo duraba un par de horas y que más temprano que tarde, estaría de vuelta en casita, segura en cuatro paredes que le ofrecían confort.
No fue sino hasta que les pidieron que se pusieran de pie, que sintió que todo a su alrededor se movió, entonces no tuvo más remedio que volver a sentarse inmediatamente. Se puso rígida cuando sintió un toque sobre su hombros, sin embargo, a los segundos se relajó cuando escuchó la voz de una mujer sobre su oído.
—¿Estás bien?
Maika se giró levemente para poder mirar a la mujer que, al parecer, se mostraba preocupada por ella. Tenía el cabello corto a la altura de los hombros, el cual era de un gracioso tono naranja o cobrizo, usaba unos lentes de montura gruesa y sonreía ligeramente. Por las líneas de expresión en su rostro supuso que quizás sonreía bastante a menudo. Era agradable.
—Sí… Sí, es solo que… me mareé un poco—explicó con torpeza. Se dio cuenta que después de mucho tiempo, conversaba con alguien diferente de su círculo familiar.
—Debe ser el calor, a veces a mí me pasa.
Bueno, a Maika no le había pasado muy a menudo, y tampoco era una mujer entrada en la tercera edad como para que aquello le sucediese a diario, así que simplemente asintió y se volvió nuevamente al frente mientras fingía que ponía atención a la letra de un himno que se mostraba en el proyector.
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