@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Nov 22, 2019 Chapter 13
Cuando todo finalmente se terminó, lo primero que hizo fue preguntar a Samara si sabía dónde se encontraban los baños. Cuando ella le señaló el lugar, inmediatamente se coló entre las personas que abarrotaban la entrada y se dirigió a ellos. Al adentrarse en el baño, se detuvo frente al enorme espejo y se percató de que resollaba, la entrada y salida de aire de sus pulmones creaba un ligero silbido desde lo profundo de su garganta, como si se estuviera ahogando.
Abrió el grifo y se inclinó para humedecer su rostro. Sentía como si cientos de pequeñas agujas se estuvieran clavando en sus manos y cara, la sensación era extraña, aturdidora.
Unos segundos después una mujer entró al baño. Maika se sintió asqueada por unos segundos cuando vio por el reflejo la expresión de curiosidad que había en el rostro de la recién llegada. Odiaba cuando recibía esa clase de atención.
—¿Te encuentras bien?
¿Es que acaso todo mundo le haría esa pregunta? ¿Acaso no era obvio?
—Sí.
Maika se sorprendió cuando la mujer tuvo un gesto tan inesperado como aquel. Ella la estaba abrazando. Así, sin más. No supo cómo reaccionar, porque, bueno, no siempre uno se encuentra a una desconocida dispuesta a dar algo de consuelo a una persona tan rota como lo estaba ella.
—Samara me contó—murmuró la mujer suavemente—. Yo sé cómo te sientes. Yo perdí a mi hijo y…
Maika dejó de escuchar. Su mente se desconectó de todos sus sentidos y cualquier contacto con la realidad. El pánico se extendió desde su pecho hasta ser una explosión en su cabeza. Entonces sus ojos se llenaron de lágrimas y estas simplemente fluyeron por su rostro, desfilando sobre sus mejillas como un montón de gotitas de lava que quemaban todo a su paso. Sintió que las fuerzas abandonaron su cuerpo y, como último recurso, se aferró a los brazos de la mujer hasta que su cuerpo descansó de la tensión que la había acompañado desde la muerte prematura de un amigo.
—¿Maika?—llamó Samara.
—Sí… Sí, aquí estoy—respondió inmediatamente, volviendo en sí y separándose de la mujer, sorbiendo su nariz y alejando los restos de lágrimas de sus ojos.
—Todo va a estar bien—volvió a hablar la mujer—. No lo vas a olvidar, pero aprenderás a vivir su ausencia. No estás sola.
—Gracias—musitó Maika, desviando su mirada mientras la desconocida se despedía también de Samara y salía de los baños.
Ni Samara ni ella dijeron nada al respecto.
—¿Nos vamos?
—¿Iremos en camión otra vez?—cuestionó Maika, esforzándose por que su voz no saliera ronca debido al reciente llanto.
—No. El pastor y su esposa nos darán un aventón.
—Ah—Exclamó simplemente.
Bueno, al menos las cosas no habían sido del todo malas.
***
Se recostó en su colchón sin siquiera cambiarse de ropa. Su tío Ángel, hace unos minutos había regresado de Clarita, una ciudad vecina de Santa Clara, y su tía Marcela la había mudado al cuarto de sus dos primos. Luke y Gael se había quedado viendo televisión y Samara ya tenía tiempo que se había encerrado en su habitación. Así que no tenía mucho que hacer.
Había hablado con su madre un par de horas atrás, y algo que ella le dijo, casi hizo que se golpeara la cara con un ladrillo. Y es que, ¿cómo carajos se suponía que supiera que existía té que contenía cafeína? Todo indicaba que eso la había afectado y por eso se había sentido del asco mientras estuvo en la iglesia.
Las horas pasaron con una lentitud pasmosa hasta que el resto de los habitantes estuvieron completamente dormidos. Y ella, ella seguía observando en medio de la penumbra el techo de la habitación. Podía escuchar en ocasiones los suaves ronquidos de Gael, a lo lejos el sonido aislado de alguna ambulancia o patrulla y ocasionalmente los ladridos del perro del vecino. No podía conciliar el sueño. Se sentía realmente cansada, pero simplemente se negaba a cerrar los ojos. Cada vez que sentía que se estaba sumergiendo dentro del mundo de los sueños, despertaba abruptamente con un estremecimiento. Y luego todo se volvía a repetir; de nuevo ella a punto de quedarse dormida, y luego despertando bruscamente al sentir como su cuerpo comenzaba a quedarse laxo.
Maika tenía miedo. Miedo de la oscuridad. Miedo de cerrar los ojos. Tenía miedo de la incertidumbre que acarreaba el mañana. No podía sacar de su mente la forma en la que Mich había abandonado el mundo de los vivos. Él se había ido a dormir, sin saber si despertaría a un nuevo día. Ella no quería que le sucediera eso. Quería vivir y por eso se negaba a dormir.
El tiempo siguió pasando y Maika comenzó a notar como las cosas a su alrededor comenzaban a desdibujarse. Entre la oscuridad suave que le rodeaba, podía saber exactamente dónde se encontraba cada mueble, pues estos resaltaban de un color más oscuro que el resto de la habitación, sin embargo, era como verlo a través de una carretera desértica dónde el calor desfiguraba lo que estuviera a la distancia. A veces, veía miles de puntos blancos como cuando la televisión se quedaba sin señal. Sus manos se sentían frías y húmedas, su pecho empezó a arder por la falta de aire dentro de sus pulmones.
Se incorporó lentamente hasta quedar sentada sobre el colchón. Sus ojos se quedaron clavados al frente, justo en la puerta blanca donde una figura se alzaba una tonalidad más oscura que la misma noche y se ondulaba como la neblina de una mañana fría.
Maika se congeló en su sitio. La brusquedad con la que su corazón se aceleró le hizo pensar que estaba a punto de infartarse. Cerró sus ojos inmediatamente con fuerza ante el intenso miedo que se coló en su sistema y comenzó a negar repetidas veces mientras movía sus manos a su alrededor, buscando frenéticamente su celular entre sus cobijas hechas nudo. Soltó un profundo suspiro cuando finalmente pudo sentir entre sus manos la solidez de su celular. Lo encendió, abrió con temor uno de sus ojos, el cual ardió ante la luminosidad y, una vez acostumbrada a la misma, pudo ver la hora. El reloj marcaba las 4:00 a.m. Miró al frente de nuevo, poniendo la pantalla del teléfono en esa dirección, justo dónde ella seguía inmóvil, observándole con una fijeza estremecedora. La figura se desvaneció repentinamente y un frío aliento rosó su cara e hizo flotar su cabello por escasos segundos. Maika se levantó apresurada y salió del cuarto, pasando frente a las otras dos habitaciones, con dirección a la cocina. Abrió la cortina de la ventana frontal y luego corrió el vidrio, dejando que el viento fresco de la noche le golpeara el rostro. Su corazón martillaba frenéticamente contra su caja torácica y un desesperante hormigueo le recorría el cuello y la cara. ¡Demonios! Quería llorar. Los sentimientos se apretaban contra su pecho y su garganta, y de no haber sido porque estaba en una casa ajena, estaba segura de que hubiera salido a la calle y se hubiera puesto a gritar como una loca. Tal vez debería hacerlo para que finalmente terminaran de señalarla fuera de sus facultades mentales e internarla en un hospital psiquiátrico.
Estaba perdiendo la cordura. Era un hecho sólido que ya no podría seguir ocultando.
***
La mañana llegó y Maika seguía allí en la cocina, caminando de un lado a otro con una mirada preocupada mientras intentaba escuchar un poco de música. Había unas ligeras bolsas oscuras bajos sus ojos, como evidencia de que no había dormido nada durante la noche. Su aspecto desaliñado habría hecho reír a sus primos de no ser por su cara, que reflejaba por completo su estado de ánimo, que era pésimo en ese momento. Su cabello enmarañado y su ropa arrugada completaban su imagen.
Maika tenía una mirada que rayaba en el frenesí, en la locura. Había una fina línea entre la realidad y lo que sea que le estaba pasando, que estaba quedando cada vez más a la luz. Samara estaba preocupada. Y posiblemente todos los demás también. Maika ya no quería estar dando motivos para que se preocuparan por ella, pero aun así, ahí estaba con esa expresión de locura marcando su rostro, a punto de tocar fondo.
—Recuerdo cuando tu papá escuchaba esa música—comentó Samara con una ligera sonrisa.
Maika la miró como si recién se hubiera dado cuenta de su presencia y la de su tía Marcela ahí en la cocina.
—Sí, eran… eran buenos tiempos—musitó haciendo una extraña mueca, sin prestar demasiada atención a lo que ella misma estaba diciendo.
—¿No dormiste?—Preguntó Marcela casualmente. Le daba la espalda a su hija y a Maika, pero podía sentir esa extraña tensión en el ambiente que se generaba cuando Maika tenía esos arranques.
—Nop—Maika trató de sonar de la misma manera casual para agregar un poco de normalidad al asunto. Al menos todo el que le fuera posible en el estado en el que se encontraba—. No pegué el ojo ni un segundo.
—¿Y qué sientes?—Siguió indagando Marcela.
Maika no se había detenido en ningún momento, caminaba a lo largo de la sala, de ida y de regreso, abría y cerraba sus manos como si se estuviera preparando para una pelea callejera. Una que quizás estaba sucediendo solo en su mente. Su mirada no se despegaba del movimiento de sus pies, tratando de concentrarse en ello y silenciar el aturdidor ruido en su cabeza.
—Es… es raro… no puedo respirar bien y me siento muy cansada pero por más que lo intento no puedo dormir—de pronto, sentía la urgencia de hablar hasta que su garganta no diera más—. También me hormiguean las manos… no sé… quiero dormir, eso es seguro.
Mientras Maika trataba de explicar lo que le sucedía, Samara no había dejado de mirarla de vez en vez, mientras hacía quién sabe qué cosa en su celular. Hasta el momento se había mantenido seria, simplemente pensando en lo que estaba pasando a su prima. Era un poco intrigante no poder ayudarla, al menos no del todo.
Por otro lado, Maika no estaba dispuesta a decir lo que realmente le estaba sucediendo. No quería que supieran que veía cosas. De cierto modo, sabía que Samara le diría a sus padres. A su vez, podía imaginarse el sermón que le daría Ricardo sobre lo ridícula que estaba siendo. Y quizás sí lo era, pero el miedo no se lo podía quitar nadie, porque sobre la tristeza, parecía predominar el primero. Cualquier otra emoción que pudiera sentir se había visto opacada desde el instante en que Mich se fue para siempre.
Toda su vida había tenido cierto orgullo. Pero, ¡vamos!, ningún humano está al control de todo, ni siquiera de su propia vida. Y ese hecho le golpeó de lleno en el rostro, burlándose de ella. Eran efímeros y nada que ella hiciera podría cambiar eso. El inminente final la aterraba.
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