@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Nov 29, 2019 Chapter 14
El tiempo siguió avanzando y Maika sólo se hundía cada vez más en su propia miseria. Era débil. Por más que los demás le dijeran lo contrario, no la hacían cambiar de opinión. Porque ella sabía la verdad. Los demás no podían entenderla y no pensaba esforzarse en que lo hicieran.
Ella aparecía todas las noches, manteniéndola despierta durante horas enteras, y ocasionalmente, también lo hacía en el día. Presentía que su cuerpo no iba a resistir por mucho tiempo. Exagerando un poco, quizás dormía dos horas seguidas y durante el día, intentaba hacer cualquier cosa que la mantuviera distraída de su consternada mente. La sensación aplastante en su pecho no se iba, estaba constantemente necesitada de poder respirar con normalidad, tranquilamente. Los momentos anteriores a su estado actual se veían demasiado lejanos, no recordaba lo que era poder recostarse en paz y disfrutar de la comodidad de su cama o una buena película. Era consciente de cómo los músculos de sus piernas, su espalda y hombros estaban en constante tensión, en un estado de invariable alerta como si estuviera esperando que algo saltara sobre de ella en cualquier momento.
Por otro lado, había estado hablando con sus padres de vez en cuando. Había evitado decirles lo que estaba sucediendo con ella, pero sabía perfectamente que a su madre no podía engañarla. Luisa se empeñaba en recomendarle diferentes tés. En alguna ocasión había podido bromear, diciéndole que se parecía a “doña remedios”, una ancianita de la cuál su padre hablaba cuando recordaba sus años de juventud, cuando vivió en Santa Clara, la cual tenía grandes conocimientos con la medicina natural. Luisa también le recordaba a diario que la tenía en sus oraciones, diciéndole que todas las noches le pedía a Dios por ella y su salud. Maika siempre se sentía incómoda cuando la escuchaba decir tales palabras, pues su madre le hacía ver claramente que estaba realmente mal de su salud tanto física como mental y eso solo dejaba a la vista, en la superficie, lo débil que estaba siendo. La muerte de Mich había sido como una patada de mula, era algo que a ella seguía manteniéndola impresionada y quizás en shock, sin poder creérselo.
Su vida se había vuelto una basura en cuestión de minutos. No podía salir del hoyo en el que se estaba hundiendo. Dolía como el infierno sufrir a diario, saber que nada de lo que hiciera le hacía algún efecto. No podía imaginarse cómo estaría Diana. A veces, solía pensar que quizás ella ya se encontraba bien, ¡hasta estaba trabajando!, y todo indicaba que ella era la única quedándose atrás. ¿Hasta cuándo? Quizás hasta que se muriera, lo cual casi podía asegurar sería muy pronto. Si seguía de esa manera, no podía esperar otro final.
Pero, al parecer, un día la vida decidió apiadarse de ella cuando menos un poco. ¡Había logrado dormir! Sí, era algo increíble. Todo un logro después de casi un mes y poco más con aquella asquerosa presión sobre su cuerpo, casi como si estuviera tratando de desafiar los límites a los que podía llegar. Tal vez debió registrar el tiempo que pasó en vela y llevarlo al libro de records Guinness. Ya podía figurarse entre sus páginas como el ser humano con más horas sin dormir.
Se sorprendió de ver que eran las 11:00 am cuando abrió sus ojos. Quizás fueron cuatro horas las que consiguió de sueño. Casi podía sentirse eufórica de descubrir aquello. Tampoco es que tuviera toda la actitud del mundo, pero cuando menos se sentía con la capacidad de dar una sonrisa que no fuera del todo forzada como si tuviera un rictus ya marcado e incapaz de cambiar. Y así lo hizo, se levantó y sonrió hacia Samara cuando la vio sentada en la salita viendo la televisión.
—¿Qué onda?—saludó a su prima.
Samara desvió su mirada del televisor y devolvió la sonrisa a su prima de manera instintiva, al verla un poco más animada.
—Buenos días—dijo Samara simplemente, virándose a la televisión, pero sin dejar de observar de reojo a la menor. La miró acercarse al refrigerador y buscar algo para prepararse desayuno, un detalle nuevo, pues otro síntoma que había mostrado Maika luego de lo de Mich, había sido la incapacidad para comer.
Maika tuvo la energía para hacerse algo de comer. Se preparó un omelet y calentó cuatro tortillas de maíz. Realmente no sentía hambre, pero nunca había perdido conciencia de que debía, cuando menos, alimentarse un poco para seguir funcionando.
Una vez a la mesa, frunció un poco el ceño al ver los anuncios en la televisión. No se había fijado qué era lo que miraba su prima.
—¿Qué miras?—preguntó a Samara.
—Una novela—respondió ella automáticamente con cierta emoción.
Maika entendió que, al parecer, la novela estaba en un momento crucial de la trama.
—Oh—exclamó, sin querer ahondar en el tema; no le gustaban las novelas, así de simple. Maika se encogió de hombros y picó un poco su desayuno. Ese era otro problema que la estaba matando. Hacía semanas que no podía tener una comida decente. Su estomagó parecía estar en huelga, negándose a dejarle pasar más de dos o tres bocados, estaba cansada, quería dormir bien y comer tanto como lo hacía antes, pero no sabía cómo solucionarlo. Aunque, bueno, no era momento de concentrarse en ello.
Maika se quedó absorta en un punto blanco de la mesa. Masticaba su comida lentamente, en automático, por pura inercia. Algo comenzó a molestarla, parecía como si algo se hubiera enredado en su pecho y se fuera apretando poco a poco como un cinturón, como una serpiente enroscándose lentamente alrededor de su presa para asfixiarla. Su respiración se volvió superficial y entonces, cometió el error de mover su cabeza escasos grados para ver hacia su espalda.
Como si de pronto hubiera tocado un cable de corriente, un escalofrío la recorrió de pies a cabeza en menos de un segundo.
Ella estaba de pie tras de sí, de un tamaño colosal, encorvada hacia enfrente y con una sonrisa aterradora, cerniéndose sobre Maika como una gigantesca sombra a punto de engullirla.
Algo en su interior se hizo añicos, como una enorme ventana de cristal siendo rota por una inesperada roca, miles de agujas disparadas y clavándose por todo su cuerpo. Sin poder controlarse, se puso de pie de un rápido movimiento, haciendo caer la silla, para luego salir corriendo fuera de la casa y luego hacia la calle. Sin embargo, no alcanzó a llegar demasiado lejos, cuando Samara ya estaba tras ella sosteniéndola de su brazo para impedir que se fuera.
Maika comenzó a revolverse y a negar sin descanso.
Samara la sostuvo de sus dos brazos y la volvió hacia el interior de la casa. Maika comenzó a llorar como una niña cuando se vio nuevamente en la sala. Lloraba desconsoladamente, sus manos y su labio inferior temblaban como si estuviera cerca de una hipotermia, sus ojos estaban increíblemente abiertos, llenos del más puro terror y no dejaba de murmurar incoherencias.
—Maika.
—No, no, no, déjame en paz—barboteaba. Dientes apretados y mirada perdida, llena de gruesas lágrimas.
—Tienes que tranquilizarte.
Maika lo único que deseaba era soltarse y largarse. Sentía un frío aterrador por todo el cuerpo.
—No… no.
Samara no podía quitar la mirada de la expresión de su prima. Jamás había visto a nadie así de aterrado, de perdido. Tenía un nudo en la garganta y la impotencia comenzaba a apoderarse de su cuerpo.
—Tú estás bien… tienes que escucharme…
—No, no, no, no… no me siento bien… algo me pasa… yo…
Samara cerró sus ojos, tomó una profunda exhalación, aun sin soltar las manos de su prima. Maika había enterrado un poco sus uñas en su piel, tratando de aferrarse a algo, y dolía, pero no tenía intención de decir algo al respecto.
—¿Quieres que le hable a tu hermano?
—¡NO! No, n-no le di-digas nada—logró balbucear Maika.
El sonido de un celular interrumpió el intento de Samara por tranquilizar a Maika. Maika se soltó del agarre de su prima y como si su vida dependiera de ello, se volvió a la habitación que compartía con sus primos y fue en busca de su teléfono.
—¿Hola?—respondió con voz temblorosa, sin siquiera haber revisado quién llamaba.
—¿Maika?
—¿Sí?
—¿Sucede algo?
—¿Qu-quién habla?
—¿Maika?
Samara arrebató el teléfono a su prima.
—Ey.
—Samara, ¿pasa algo?
—¡Aaron, eres tú!—exclamó con ligero alivio.
Maika la dejó sola y se dirigió al baño. Seguía llorando y sin poder poner en orden sus pensamientos, estaba aterrada, estaba segura que se estaba muriendo, y mientras más pasaba el tiempo, sabía que menos podrían hacer algo por ella. No tenía idea de porqué, pero de pronto podía imaginar que alguno de sus órganos había explotado y pronto comenzaría a sangrar. Se revisaba frecuentemente su nariz, con manos inestables y mirada nublada de lágrimas.
—Es tu hermano, habla con él—dijo Samara asomando su cabeza al baño.
Maika tomó el teléfono y lo llevó a su oído.
—¿Qué tienes, “mamá”? —preguntó Aaron con voz tranquila.
—No… no sé… yo…
—Tienes qué calmarte, ¿me oyes? Tranquilízate. ¿Quieres que te lleven al hospital?
—Pues… sí—respondió por lo bajo, con un nudo en su garganta.
—Está bien… no pasa nada, pero tranquilízate ¿sí? ¿Quieres que vaya a verte?
Maika permaneció en silencio, procesando el sonido de la voz de su hermano. Le llevó unos segundos comprender que se refería a verla en el hospital. ¿Y si la internaban? ¿Y si moría en el camino? ¿Y si…?
—Sí… sí… bien.
—Bien… pero tranquilízate “mamá”, Samara te llevará y todo estará bien ¿de acuerdo?
—Mhm—asintió en un murmuro.
—Bien, te veo al rato.
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