@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Oct 26, 2019 Chapter 8
¿Qué probabilidades existían de que un día perdiera la cabeza? Según sus cálculos, ninguna. Pero quizás solo era algo de arrogancia de su parte porque realmente no podía saberlo.
Transcurridos tres días, no podía evitar comenzar a llorar por la tristeza. Sin importar lo que estuviera haciendo su mente la traicionaba y traía de nuevo cada instante de lo sucedido. Seguía escuchando perfectamente la voz de Diana gritando su nombre, seguía sintiendo el tacto glacial de la piel de un muerto, y sobre todo, seguía doliendo en su pecho la pérdida de un amigo.
Luisa desvió su mirada hacia su hija cuando esta se acercó a ella a paso lento como si no pudiera ni con su alma. Su semblante decaído fue suficiente para entender lo que sucedía.
Maika rodeó los hombros de su madre y recargó su peso contra ella. Suspiró cuando sus brazos la rodearon, y tal como pasaba últimamente, dejó que las lágrimas mojaran su rostro hasta perderse en el cabello de su madre.
Luisa acarició suavemente la espalda de Maika mientras ambas permanecían simplemente ahí, en medio de la cocina, abrazadas.
No pasó demasiado tiempo cuando la puerta de la habitación de la pareja se abrió y de ella salió Ricardo, encontrándose con esa curiosa escena que hizo que alzara una de sus cejas a modo interrogatorio.
—¿Qué sucede?
Luisa le dedicó una mirada de advertencia, aunque sabía que esta posiblemente sería ignorada.
—Ella no está bien—musitó la mujer, como si con el hecho de bajar la voz, Maika no fuera a escucharla.
—Ya deja de llorarle. Supéralo—gruñó Ricardo con cierto fastidio, rodeando a ambas para tomar un vaso del pequeño trastero y, posteriormente, tomar agua.
Maika no creyó que un par de palabras pudieran afectarla tanto. Quizás se debió al estado en el que se encontraba, el cual era demasiado sensible para su gusto. No comprendía porqué la muerte de Mich parecía estar repercutiendo demasiado en ella, cuando en el pasado, la pérdida de algún tío, incluso sus abuelos, le habían afectado nada. Técnicamente, Maika solo se había sentido ligeramente triste por ver al resto de la familia llorar, pero jamás nada la había hecho sentirse tan miserable y rota. Había deseado tener fuerzas y gritarle a su padre que ella lloraría lo que le viniera en gana, pero lo cierto fue que no pudo ni enojarse con él; solo se sintió más devastada por la frialdad en la voz de su progenitor como si no le importara en lo más mínimo su estado anímico. ¿Dónde había quedado el hombre que había estado a su lado justo en el instante en que se rompió? Cómo fuera, aquello no estaba en el control de ella, porque ella no quería llorar más y aun así seguía haciéndolo. Solo habían pasado tres días y estaba harta. Odiaba sentirse débil.
Los siguientes días estuvieron llenos de frustración, porque hacía todo lo posible por ignorar el nudo en su garganta y la sensación de vacío en su pecho. No quería seguir preocupando a Luisa, y no deseaba escuchar las palabras llenas de desdén que le dedicaba siempre su padre. Y su pequeña hermana, bueno, Maika deseaba poder tener esa capacidad de distracción que Marie tenía, porque en su mente no parecía existir la palabra descanso, y Marie era el tipo de niña que podía sentarse frente al televisor y permanecer con la mirada fija en la pantalla durante horas sin preocuparse de nada.
Entonces, Maika no creía que estuviera perdiendo algún tornillo, quizás solo estaba estresada. Sentía, desde su hombro hasta su brazo izquierdo un raro cansancio, ¿o quizás era dolor? La sensación era bastante extraña y no sabía explicarla. La respiración le fallaba en ocasiones como si algo la hubiera golpeado con fuerza directamente en el pecho y las ganas de volver a llorar se volvían más intensas en esos momentos.
Era un viernes por la noche cuando comentó a su madre lo que le pasaba.
—¿Quieres una pastilla?—fue la primera opción que le ofreció Luisa.
Maika no creía que lo que sentía se fuera a aliviar con una pastilla.
—No.
Luisa hizo una mueca pensativa luego de su negativa.
—Tal vez un masaje en ese brazo te caiga bien—ofreció la mujer.
Maika quería negarse también a ello, ni siquiera estaba segura de porqué se lo dijo a su madre. Estaba convencida de que lo que pasaba consigo no era algo que pudiera quitar con algún remedio o cualquier otra cosa. Necesitaba hablar y que alguien pudiera comprenderla.
—Bien—aceptó finalmente, porque sabía que no iba a atreverse a decir nada.
Luisa se levantó del sillón en el que había estado sentada. Se perdió por unos segundos en su habitación y volvió con un bote de crema en sus manos. Indicó a Maika que se sentara en el suelo. Colocó un poco de crema en el brazo de la menor y comenzó a pasar sus pulgares de manera suave sobre la piel de su hija extendiendo el espeso líquido de color rosa.
Maika se concentró en la presión que ejercían los dedos de su madre sobre su brazo. Su cerebro desconectó por esos escasos minutos, hasta que la crema se consumió y la sensación sobre su piel fue molesta.
—No me quiero ir—soltó Maika.
Luisa detuvo sus manos y miró a Maika con curiosidad. Antes de que pudiera decir algo, Ricardo entró por la puerta trasera y segundos después se presentó en la sala. El viejo rodeó a Maika que seguía en el suelo y se dejó caer a lado de su mujer con un suspiro.
—Conseguí algo de dinero para que te vayas el lunes.
—¿Qué?—exclamó Maika con sorpresa.
—Tienes que irte, recuerda que tienes una responsabilidad—aclaró él con dureza, sabiendo de sobra que Maika no tenía intenciones de irse pronto.
Ella frunció el ceño con molestia y estuvo a punto de replicar, pero un par de golpes en la puerta principal detuvieron cualquier cosa que tuviera para decir. Vio a su padre levantarse para abrir, y ella no esperó a ver de quienes se trataba; se incorporó y se dirigió a la puerta trasera, aunque antes de salir pudo escuchar claramente las voces de Marie y de su hermana mayor. Salió hacia la calle, por el patio y avanzó sin un rumbo fijo. Simplemente necesitaba despejarse, sí, eso era.
No caminó por más de cuatro cuadras cuando se encontró con una ancianita a la que le había trabajado en el pasado por tres días. La mujer no esperó demasiado para acercarse a ella y saludarle con efusividad.
—Hola, Maika, ¿qué tal estás?
—Buenas noches, doña Emma—saludó Maika con una sonrisa forzada. La anciana o no se dio cuenta o ignoró completamente que no estaba de ánimos para una conversación, aun así, no debía ser descortés—¿cómo está usted?
—Muy bien, andaba buscando a José para saber si podría llevarme a la ciudad el lunes. Es que sabes, tengo una cita con el doctor porque…
Maika asentía como si realmente estuviera escuchando la conversación. Pensaba en que si se tratara de otra persona, no le habría importado interrumpirla y simplemente mentir y decir que llevaba prisa, pero no podía hacerle eso a doña Emma; ella había sido demasiado generosa permitiéndole usar en ocasiones el internet que tenía en su casa y dándole trabajo en contadas veces porque ella no podía realizar alguna cosa.
—… ¿y tú? ¿Que no te habías ido a estudiar?
—Sí—respondió con voz tensa—, solo vine a… a un funeral
—Oh, sí me enteré.
—Ya el lunes regreso a la escuela—Agregó inmediatamente no queriendo escuchar lo que posiblemente llegó a los oídos de la mujer.
—Podrías irte con nosotros—dijo la anciana con un ligero tono de emoción—, nosotros saldremos a las cinco de la mañana, te vienes aquí a mi casa y nos vamos juntos.
Maika sintió una ligera punzada de remordimiento al haber querido evitar aquel encuentro. Ahora no sabía cómo sentirse debido al ofrecimiento que le estaba haciendo, pues más oportuno no podía ser. Pensó, no sin algo de amargura, que era como si el destino le pateara primero la cara para luego tratar de darle un beso en la frente y revolver su cabello como si tratara de compensar el mal rato; pero aquello no iba a traer a su amigo de vuelta.
—Gracias—respondió finalmente cuando pudo dejar de lado su vacilación—, creo que… sí. Sí eso estaría bien, así yo no… no tendría que gastar—dijo, aunque no del todo convencida.
—Perfecto—Exclamó doña Emma con emoción—, entonces nos vemos el lunes. Te estaré esperando.
—Claro.
Doña Emma la abrazó antes de despedirse y Maika no pudo evitar preguntarse cómo es que una mujer de esa edad podía tener esa energía. Cómo fuera, cuando menos volvería casa con una noticia favorable para ella y para el bolsillo de su padre. Seguramente le daría gusto saber que podría irse tal como él quería sin tener que pagar absolutamente nada.
Aunque en un principio no sabía cuándo volvería a la escuela, ya había planeado que se iría a quedar a casa de una de sus tías. Además, su prima Samara había sido bastante agradable en “el día de…” y le había dicho que podía ir a su casa cuando quisiera. Al menos la parte simple de su vida comenzaba a tomar un buen rumbo.
O eso parecía.
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