@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Dec 14, 2019 Chapter 15
Samara fue bastante eficiente. Pronto se encontraban en un taxi rumbo al hospital. Maika no dejaba de mirar sus manos y de respirar fuerte, sentía que el oxígeno no entraba a sus pulmones y que en cualquier momento dejaría de funcionar. La presión sobre su pecho la estaba mareando. Había logrado controlar su impulso de seguir llorando cuando abandonaron la casa de su tía; además del pánico y de esa maldita cosa que la perseguía a todos lados, en su cabeza resonaba con menor fuerza, esa vocecita de orgullo que le decía que aún en el peor momento debía mantener un poco de dignidad. ¡Pero se estaba muriendo!
—Ya deja de verte los brazos—dijo Samara con cierta brusquedad.
Maika la miró expectante.
—¿No crees que uno se ve de otro color?—preguntó con un profundo tono de preocupación.
—Estás loca, se ven bien, se ven normal—respondió con toda la paciencia posible.
Maika volvió su vista a sus brazos y sintió como sus ojos se humedecían nuevamente. Cuando menos pensó el taxi se detuvo frente al hospital. Fue cuestión de echar un vistazo para darse cuenta de que ella seguía cerca. El ambiente tampoco era muy favorecedor, había personas por todos lados, algunas dormitando en las escaleras de la entrada, otras recargadas contra el cristal que dejaba a la vista la sala de espera. El sitio estaba lleno de rostros demacrados y llenos de sufrimiento, cansancio. El sitio perfecto para ella.
Maika no puso demasiada atención cuando cruzaron las puertas dobles de cristal, ni cuando se acercaron a una ventanilla. Samara parecía saber perfectamente lo que estaba haciendo. Maika no quería saber cuántas veces Samara se había visto una situación similar como para saber el procedimiento.
—Espera allá, haz fila—ordenó Samara.
Maika asintió simplemente y caminó con lentitud hacia el otro lado del salón. Su mano continuamente iba hacia su nariz, tratando de borrar el rastro de algo invisible escurriéndose hasta sus labios. En su mente, imaginaba su mano llenándose de sangre repentinamente. Su pecho seguía siendo comprimido, y ella, aunque no presente, Maika sabía que podía aparecer en cualquier momento. Su cuerpo dolía de tanto estar alerta, a la expectativa.
Samara la llamó nuevamente a la ventanilla, y Maika, con el mismo paso cauteloso, abandonó el espacio que ocupó durante algunos minutos y se acercó a su prima.
—¿Qué es lo que tienes?—preguntó con sequedad la mujer tras el mostrador, mirando a la chica profundamente.
Maika movió su boca para hablar, pero ningún sonido salió de ella. Sus ojos se llenaron de lágrimas y negó. No podía hablar.
—Y-yo, me… me duele el pecho y…
No pudo decir nada más cuando la mujer la interrumpió.
—Pues ya la había registrado con ataque de ansiedad.
Ansiedad.
La palabra resonó en su cabeza, y por algún motivo se sintió irritada. ¿Acaso esa mujer sabía mucho lo que le estaba pasando? ¡Se estaba muriendo! ¿Qué acaso nadie entendía eso? De ahí en adelante ya no se enteró demasiado de lo que pasó. Fue una fortuna que en ese momento de terror no olvidara ninguno de sus datos importantes como su nombre y fecha de nacimiento. Samara hizo alguna especie de trámite y la llevó de un lado a otro para conseguir los papeles necesarios.
Al final, Maika terminó sentada en una de las sillas, esperando a que alguien saliera de los consultorios y le llamara. Se inclinó hacia el frente y comenzó a pasar las manos sobre su cabello. Por su mente pasó la efímera idea de que entre sus dedos se llevaría un gran mechón de cabello que iría a terminar en el suelo.
El tiempo se volvió eterno, sin embargo, la sensación de su propio cabello entre sus dedos pareció calmarla. Podía sentir cada onda de su cabello cuando sus dedos se enterraban entre ellos, siguiendo el largo hasta las puntas, y dejando caer de vez en vez el que se arrancaba de su cráneo.
Samara se sentó a lado de su prima y decidió no interrumpirla. Había tenido que tramitar el seguro para Maika, pues esta era mayor de edad y ya no dependía del seguro de sus padres. Les había llevado un par de horas, pero todo había sido fácil. Maika ya se veía un poco más tranquila, aunque ahora solo se dedicaba a acariciarse el cabello como si jamás lo hubiera tocado o le hubiera puesto atención. Maika estaba tocando fondo, si la expresión de locura en su rostro momentos atrás no significaba algo, bueno, Samara no quería pensar más allá de ello. Confiaba en que todo mejoraría, porque sabía lo terca que podía ser Maika.
Primero Maika fue pasada con una enfermera. Esta le hizo una larga lista de preguntas, y ella, se concentró en responderlas con la mayor precisión posible. Después, tuvo que salir a esperar nuevamente, hasta que el doctor finalmente le llamó. No fue nada del otro mundo. Más preguntas, más observaciones anotadas y esa característica manera de mantener el rostro inexpresivo como si no le interesara en lo más mínimo el paciente.
—Extiende tu mano.
Maika lo hizo. Vio con curiosidad la hoja blanca que el doctor colocó sobre su mano. La hoja se sacudió debido al intenso temblor en su mano del cual no había sido realmente consciente en ningún momento. Maika soltó una risita nerviosa y sintió que pronto comenzaría a llorar nuevamente. Estaba asqueada. Estaba harta. Fastidiada.
—No tienes nada—dijo el doctor con firmeza al tiempo que quitaba la hoja de la mano de su paciente—. La vida es así. Algunos se van, otros se quedan, y no hay nada que podamos hacer. Tú estás viva—Maika miró al doctor a los ojos, viendo esa extraña verdad reflejada en ellos. Estaba viva —, y tú tienes que seguir.
Maika se sintió fuera de la realidad por unos segundos. Seguía doliendo todo lo que le estaba pasando. El dolor era real. No había sentido nada más real en su vida que ese dolor intenso que se clavaba en su pecho. Quería gritar y deshacer el nudo en su garganta, pero simplemente permaneció tan impasible como le era posible. Estaba desperdiciando su vida. Las palabras que le dijo su padre durante una discusión resonaron en su mente. Sí, Maika era una inútil e inservible tal como Ricardo le dijo aquel día, porque jamás le había demostrado otra cosa. Y con lo que le sucedía, era la confirmación a esas palabras.
El doctor le recomendó ir con algún psicólogo y terapia ocupacional. Samara tomó el papel que contenía algunas especificaciones y direcciones de un par de psicólogos, y finalmente, se despidieron del doctor.
Cuando salieron al exterior, Samara pasó un brazo por los hombros de su prima y caminaron hasta quedar cerca del estacionamiento.
—¿Lo ves? No tienes nada—dijo Samara con suavidad—. Estás muy bien, y vas a ver que pronto vas a salir de esto.
Maika no dijo nada. No se había olvidado de que vería a su hermano ahí en el hospital. Lo había esperado con impaciencia, pero él no había aparecido. Su mirada se movía por todo su entorno, con inquietud. Estuvieron ahí un corto tiempo, cuando finalmente vio a Aaron y Diana caminar por la acera en dirección a ellas.
Aaron sonrió levemente cuando estuvieron cerca de Samara y de Maika. No pasó ni un segundo, cuando Maika simplemente dejó caer su peso contra el cuerpo de su hermano y se aferró a él con fuerza.
—¿Qué pasó?
Había enloquecido. Eso fue lo que pasó. Estuvo tentada de decirlo en voz alta, pero realmente no se sentía con ánimos de hablar. Porque no podía decir que ella se apareció y había perdido el control sobre su propio cuerpo. No podía decir que el pánico, el miedo, el terror y la desesperación habían explotado como una granada dentro de su cabeza y casi la orillaban a cometer una locura.
Samara y Diana se mantuvieron apartadas de los dos hermanos, dándoles su espacio. No parecía correcto irrumpir el momento entre ellos. Aaron sostenía a su hermana entre sus brazos mientras murmuraba cosas sobre su oído. Maika no había dejado de temblar y sollozar, mientras apretaba la tela de la camisa de Aaron entre sus dedos, aferrándose a la poca cordura que aún sostenía.
Su vida se había puesto de cabeza. Todo lo que había construido, las barreras de protección que había alzado a lo largo de su vida se habían derrumbado como un castillo de arena. Ella misma se estaba cayendo a pedazos sin esperanzas de poder reconstruirse nuevamente. La poca fuerza de voluntad que seguía manteniendo era gracias a su hermano en ese momento, y a Samara, que hasta entonces había mostrado una paciencia infinita. Estaba casi segura que de haberse quedado en El Toro como le indicaban sus sentimientos, habría terminado peor, quizás completamente deprimida y más al borde del abismo de lo que estaba ahora. De momento, solo le quedaba tomar lo que su familia, ahí y en ese lugar le estaba dando, porque sola no iba a poder.
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