@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Nov 16, 2019 Chapter 11
Definitivamente no estaba en sus mejores momentos.
Y es que despertar un día con una gripa infernal y a punto de perder la voz, no era algo que esperara. ¿Quién en su sano juicio querría agregar algo más a su ya larga lista de malestares? No recordaba haber tomado algo helado, ni tampoco haber salido a la calle sin un suéter o dormir desarropada, así que no tenía idea de porqué su salud estaba por los suelos.
—Si quieres vamos a consulta—comentó Samara casualmente, al ver por cuarta vez a Maika sorber su nariz.
Maika se encogió de hombros mientras seguía pasando las fotos que había tomado la tarde anterior con su celular a manera de distracción. Estaba incómoda como casi todos los días, no podía acallar sus pensamientos, eran ruidosos y atosigantes; aunque, hasta el momento, había logrado mantenerlos a raya.
—Sí, como sea—musitó después de unos segundos. Prefería ahorrarse el comentario de que no le gustaban los doctores ni nada que tuviera que ver con ellos, porque no importaba lo que dijeran, siempre le hacían pensar que tenía la enfermedad más mortífera del mundo así se tratara de una simple gripa.
—Max me dijo que también quería ir, así matamos dos pájaros de un tiro—agregó Samara luego de la vaga respuesta que recibió.
Max era el esposo de Samara, recién había llegado de… No lo sabía, solo sabía que estuvo trabajando fuera y que se estaba de dos a tres semanas ausente. He ahí la razón por la que Samara vivía con sus padres. No le gustaba estar sola. Y, bueno, supuso que no tendría nada de malo si iba a consulta, no iría sola y se sentiría tranquila de que Samara estuviera con ella, porque sabía que la paciencia no era una de sus virtudes.
Así que cerca de las 5:00 pm, estaba sentada en una pequeña salita de espera, moviendo su pierna de arriba a abajo con insistencia y mirando alrededor, buscando algo en lo que pudiera entretenerse mientras veía pasar uno a uno a las personas que estaban también a la espera de ser atendidos. Max y Samara conversaban de vez en cuando y trataban de incluirla. Hizo un par de comentarios pero eso fue todo, se sentía inquieta de sobremanera y no soportaba el ruido de los carros ni de la música que sonaba en la farmacia, que estaba convenientemente a un lado, en una gran bocina. ¿Qué se creían? ¿Que todos estaban de humor para estar escuchando su ruidajo? La ciudad no podía parecerle más molesta e irritante en ese instante.
Veinte minutos más tarde el doctor salía de su misterioso consultorio y pronunciaba su nombre. Miró a Samara y forzó una sonrisa.
—¿Quieres que vaya contigo?
Maika no lo pensó dos veces y simplemente asintió.
Al cruzar al consultorio, Maika se estremeció ante lo frío que se sentía. La luz era opaca y solo le daba un aspecto más aterrador al lugar. En el rincón había una pequeña camilla común, de esas que siempre hay en los consultorios, había también uno de esos tubos de metal dónde colocaban la bolsa de suero. Fue lo más que alcanzó a captar, antes de dirigirse a la derecha y detenerse frente al escritorio con Samara de su lado derecho; el doctor les sonreía ampliamente del otro lado de este. No, definitivamente el hecho de le que sonriera no hacía mejor las cosas. Se preguntó si de esa misma manera daba las malas noticias.
—Buenas tardes, ¿quién de ustedes es Maika?
—Yo—respondió inmediatamente, deseando irse de ahí lo más pronto posible.
—Siéntate, por favor y platícame que tienes—dijo de manera amable.
Maika se sentó, se frotó sus manos y nuevamente comenzó a mover su pierna con desesperación. Sonrió de manera nerviosa antes de atreverse a hablar.
—Me duele la garganta—soltó de manera rápida, su respiración se estaba agitando y sus manos comenzaban a sentirse frías de una manera poco natural.
—Ah, dile también lo del brazo—intervino Samara, como siempre al rescate cuando Maika parecía fuera de control.
—Me duele el brazo desde aquí—señaló sobre su hombro—. Es como si estuviera entumido, y a veces la molestia se extiende hasta el antebrazo.
Entonces, Samara conociendo de primera mano todo lo que parecía estarle pasando, intercedió nuevamente y se extendió un poco a explicarle todo con detalle, o al menos con los detalles que Maika le había dado cada vez que sus malestares la atosigaban con frecuencia en un solo instante.
El doctor se acercó a Maika, revisó su boca con esa clásica palita de madera y la extraña lamparita. También revisó sus oídos. Se volvió a dirigir a su silla y sacó una libretita en la que comenzó a apuntar una receta y quién sabe qué más.
—Traes mucha infección, así que te daré medicamente para eso. Y por lo que dices en tu brazo, puedo decirte que es estrés, pero para descargar cualquier cosa te mandaré a hacer un electrocardiograma y…
Maika dejó de escuchar e incluso de respirar luego de eso, cuando por el rabillo del ojo la vio a parecer de entre las sombras, en el rincón dónde estaba la camilla. Se tensó inmediatamente, su temperatura corporal descendió bruscamente y sus piernas se volvieron rígidas, como si estuviera lista para salir corriendo en cualquier momento. Ella estaba ahí, simplemente quieta, mirando. Maika se negó a girarse en su dirección, solo quería salir de ahí. Lo único que podía percibir era lo aterrador de su presencia y el pánico paralizante que le causaba momentáneamente.
—Gracias—dijo Samara al doctor, al recibir la receta.
La voz de Samara la sacó de su estupor. Hizo una mueca que trató de asemejar a una sonrisa, sacó su billetera para pagar la consulta, musitó un gracias y salió tras su prima. Una vez que el aire golpeo contra su rostro fue como si sus sentidos volvieran a su función normal; el ruido del tráfico, las voces de los transeúntes, todo comenzó a fluir de manera normal a su alrededor.
Maika no supo si era muy buena fingiendo o Samara demasiado lista que prefirió no decir nada, si es que se percató de que le sucedía algo. Compraron el medicamento tanto de ella como el de Max y volvieron a casa.
***
Días más tarde Samara la invitó al centro. Maika se sintió ligeramente emocionada por salir, sentía que tenía demasiado tiempo encerrada y que esa era la razón por la que estaba perdiendo el juicio. Una salida le sentaría bien, sin duda. Así que, con todo el entusiasmo que podía reunir se puso un cambio de ropa más o menos decente para salir a la calle.
Ambas se montaron en un taxi y permanecieron en silencio durante el trayecto. Maika se dedicó a mirar por la ventana, y Samara intercambió un par de palabras con el taxista.
La emoción inicial por salir comenzó a verse reducida cuando el taxi se estacionó y bajaron de el. Había demasiada gente. Y no es que esperara que el centro se encontrara desierto, pero no pensó que le fuera a alterar de esa manera el encontrarse rodeada de un ejército de personas desconocidas, miles de distintas voces sonando al mismo tiempo que el ruido del tráfico. No iba a poder manejarlo.
—¿Y qué vas a comprar?—comenzó a cuestionar Maika cuando Samara inició la marcha.
—Un shampoo que le gusta a mi madre y una pintura para el cabello.
—Y… ¿nada más?—¿Solo por eso habían salido?
Samara sonrió de esa manera irritante que tenía en ocasiones cuando sabía que había hecho una maldad y asintió.
—Sí, y también para pasearnos un poco.
Maika quiso decirle que aquello no tenía nada de sentido. De haberlo sabido desde un principio, se hubiera quedado sentada viendo televisión. Vaya que se sentía indignada.
Caminaron un par de cuadras, no pasó demasiado tiempo cuando a Maika comenzó a dolerle el pecho. Trató de distraerse con todo el movimiento a su alrededor, pero eso solo parecía empeorar las cosas. Nuevamente sus manos se sentían heladas y sudorosas. Su mente comenzó a gritarle que estaba a punto de ocurrir algo malo. ¿Qué carajos le estaba pasando?
Samara caminaba delante de ella mientras le platicaba alguna cosa sobre pinturas o algo por el estilo. Maika no la estaba escuchando y simplemente asentía de vez en cuanto, fingiendo que estaba en la conversación. Toda su concentración estaba en controlar lo que sea que le estuviera sucediendo y no armar un escándalo en la calle. Seguramente ella estaba cerca. Podía sentirla, acechando desde algún lugar, viendo cada uno de sus pasos y sus reacciones.
Doblaron en una esquina hacia la izquierda. Fuera de los puestos, había algunas carpas dónde exhibían algunos de sus cacharros en venta, ropa, maceteros, artículos variados para hacer adornos. Los ojos de Maika se concentraron en esas cosas, antes de que Samara se detuviera en una tienda de ropa.
—¿Quieres entrar aquí? El otro día comentaste que querías comprar calcetas.
Maika parpadeó como si algo la estuviera encandilando, se frotó las manos contra su pantalón y miró alrededor.
—No sé, como quieras—respondió vagamente.
Samara entrecerró sus ojos y miró con curiosidad a Maika. Rascaba con insistencia sus antebrazos, parecía inquieta, sus ojos se movían por todos lados como si esperara que alguien la atacara repentinamente. Debió ser bastante observadora, para darse cuenta que también su respiración estaba acelerada y sus hombros tensos, casi imperceptible, pero no para ella que ya llevaba algunos días observando a Maika.
—Vamos a entrar a ver, tal vez algo te guste.
Maika asintió y siguió a la mayor. No le quedaba otra opción de todas maneras, ya estaban ahí, así que no podía echarse para atrás y volver a casa.
Recorrieron los delgados pasadizos que quedaban entre un estante y otro. Samara señaló un par de veces algunas blusas, pero Maika no dijo nada, no cuando ella estaba parada al fondo de la tienda, a plena luz de una lámpara, mirando en su dirección de esa manera tan penetrante e inquietante a la que no terminaba de acostumbrarse.
—Maika—llamó Samara cuando vio que su prima se quedó quieta y comenzó a negar—. Oye, ¿Estás bien?
—No… No, yo no…—comenzó a titubear, retrocediendo, respirando agitadamente y con su vista nublada y llena de pánico—Me duele…
Samara la vio apretar su pecho con una de sus temblorosas manos. Frunció el ceño, pues nunca la había visto tan fuera de sí.
—¿Quieres que te lleve al doctor?
No hubiera mencionado un doctor. Maika sintió que se estaba muriendo y sus nervios se dispararon. Entonces, todos sus miedos cobraron más sentido y todo se volvió más real. ¡Se estaba muriendo!
—Sí—asintió finalmente, aun luchando por mantenerse en calma.
Ambas salieron rápidamente de la tienda. Samara tomó su mano y la jaló tras ella como si se tratara de una pequeña niña que se le podía perder entre el mar de gente. Maika se dedicó a mirar el suelo, temerosa de alzar su mirada y encontrarse nuevamente con ella. Estaba segura de que si volvía encontrar su presencia, terminaría por colapsar.
Subieron unas escaleras y luego atravesaron una puerta de cristal. Samara le indicó que se sentara, y ella pensando en la urgencia que sentía de correr quiso negarse, sin embargo, sabía que no había mucho que ella pudiera hacer. Se sentó en las banquitas, viendo entonces a las demás personas presentes. Había una chica y un chico de rasgos asiáticos conversando, él mostrándole algo en su celular a ella. Luego había tres mujeres que permanecían en silencio como si esperaran que les dieran noticias graves. Vio a Samara pedir información, y luego preguntar quién era la última persona en la lista de espera. Una de las mujeres levantó la mano indicando que era la última.
Samara se sentó a su lado y comenzó a tratar de conversar con ella. Algunas veces haciéndola reír, aunque de manera obligada. Maika estaba haciendo un esfuerzo monumental por estarse quieta, pero no paraba de mirar sus manos ni de mover su pierna derecha de arriba a abajo. Sus manos hormigueaban y sudaban, el frio se extendía por su espalda y el dolor en su pecho no aminoraba. Si le pidieran que explicara la sensación, diría que podía compararlo con una cuerda enredada sobre su pecho que estaba siendo jalada lentamente hasta asfixiarle. O algo más drástico, una daga atravesando su caja torácica.
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