@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Nov 08, 2019 Chapter 10
Era la hora de la cena cuando la vio por primera vez. O al menos completamente y no solo como un borrón desde el rabillo de su ojo que fácilmente podía pasar por cualquier cosa y le permitía fingir que solo era su imaginación la que le jugaba una mala pasada, tal como pasó en casa de Aaron.
Comía tranquilamente alternando su mirada de la televisión a sus dos primos que hacían comentarios tontos sobre la película de turno, haciendo reír a Samara como si no hubiera un mañana. Habría deseado poder reír cuando menos un poco, pero sólo podía dar esporádicas sonrisas cuando la miraban, como si esperaran que ella también se estuviera divirtiendo junto a ellos; estaba haciendo su mejor esfuerzo para fingir que todo era normal y que estaba bien, pero lo cierto era que no podía concentrarse en nada después de la visita a su hermano. Sus sentidos estaban alerta constantemente, la molestia en su brazo izquierdo había vuelto y esta vez no tenía a su madre para que le diera un masaje, y la opresión en su pecho la estaba ahogando. Todos los malestares que había tenido cuando estuvo en El Toro parecían haber incrementado en intensidad, sin embargo, estando en un hogar que no era el suyo, era difícil soportar la tensión que cargaba su cuerpo por mantenerse en una pieza y no ponerse en ridículo frente a su familia.
Sin haberlo previsto, sin poder imaginarlo, en un momento dado alzó la vista de su plato y se quedó petrificada, con la vista clavada del otro lado de la mesa, sintiendo la temperatura de su cuerpo descender abruptamente y un escalofrío recorrer su espina dorsal. Del otro lado de la mesa había una macabra sombra alargada de aspecto esquelético que se alzaba sobre el hombro de Samara. Su forma incorpórea como la niebla se arremolinaba suavemente, burlándose de ella, como si estuviera a punto de desvanecerse. Maika se levantó de golpe de su asiento cuando los ojos blancos de Ella se clavaron en los suyos, y sin más salió con paso torpe de la cocina hacia el patio trasero bajo la mirada desconcertada de sus acompañantes.
Había algo clavándose en su pecho, que enviaba impulsos eléctricos a través de todo su cuerpo. Sus pulmones no parecían estar alcanzando la cantidad correcta de oxígeno y comenzaba a desesperarse. Estaba asustada. Tenía miedo.
Caminó de un lado a otro esperando el momento en el que fuera a colapsar, pero los eternos segundos pasaban y ella seguía allí, rondando de un lado a otro con los nervios crispados. Se sentía aturdida, no comprendía qué le estaba sucediendo en ese momento. Lo único que deseaba era tirarse a llorar como una niñita, pero siempre había una molesta vocecita susurrando en su cabeza que le decía que ella no era así, que ella no era débil, que toda su vida había demostrado ser poco sentimental y que no importaba lo que pasara, ella era fuerte rayando en lo frívolo. No era una niña para temer a los monstruos debajo de su cama.
Samara salió en busca de Maika cuando vio que esta no volvía. Después de su brusca retirada nadie había comentado absolutamente nada. Simplemente habían guardado silencio y compartieron miradas de confusión. Cuando cerró la puerta a su espalda, suspiró profundamente, mentalizándose para poder encontrar las palabras correctas para hablar con ella. Maika iba de un lado a otro mirando sus manos como si fueran lo más interesante que se hubiera encontrado; no dejaba de abrirlas y cerrarlas en puños, de llevarlas constantemente a su cuello para rascar su piel y mirarlas nuevamente como si esperara encontrar algo entre ellas.
—¿Qué tienes?
Maika se detuvo pero no miró a su prima.
—Nada—murmuró. Sus ojos vagaban por todo lo que estuviera a su alcance sin llegar a fijarlos en algo en específico. Tenía que seguir moviéndose o iba enloquecer ahí mismo, pero ahora con Samara ahí debía reprimir sus impulsos.
Samara acortó la distancia y tomó a Maika por las muñecas, logrando que detuviera el movimiento nervioso de estas, obteniendo finalmente su atención. Los ojos de Maika estaban vidriosos y llenos de sentimientos que bailaban entre el temor y el desconcierto. Samara se llenó de determinación y dijo:
—Todo está bien. Tú estás bien—afirmó.
Maika sabía que no era así. Quería creerle pero no era cierto. Era consciente de que no era cierto. Quizás se estaba volviendo loca. Se estaba enfermando, y no creía que alguien pudiera entenderla.
—¿Qué sientes?
La voz de Samara la hizo volver levemente a la realidad. ¿Qué sentía? Ni siquiera lo sabía. No sabía absolutamente nada en ese momento, solo que algo iba increíblemente mal con ella. Su cuerpo entero le gritaba que estuviera lista, porque dependiendo de su reacción, podría marcar una diferencia en lo que sea que, estaba segura, iba a suceder. Sólo debía estar alerta. Debía estar lista. Sí, no debía descuidarse.
—No me siento bien—respondió con voz entrecortada. Aunque esa era una afirmación estúpida, pues era obvio que no estaba bien, así que agregó: —. Me duele el pecho—señaló con inquietud, algo temerosa de lo que Samara pudiera decirle al respecto. ¿Y si se estaba muriendo?
Samara se mantuvo pensativa unos segundos, eligiendo palabras que para su prima tuvieran sentido y dejara de encerrarse en esa cabecita inquieta que sabía que tenía. No había que ser un genio para saber que sus pensamientos se la estaban comiendo viva.
—Eres una hija de Dios—comenzó a decir Samara con la misma firmeza. Vio a Maika fijar sus ojos en los suyos y ladear su cabeza de manera curiosa. ¡Perfecto! Ya tenía su atención.
—¿Por qué me dices eso?—cuestionó Maika con verdadera confusión. Sí, ella también iba a la iglesia junto con sus padres desde que tenía memoria, pero no tenía idea de qué tenía que ver aquello con lo que le estaba sucediendo en ese momento.
—Porque… el enemigo te está atacando—explicó Samara—. Estás en un momento vulnerable y es fácil que te pierdas en el camino. No puedes encerrarte en todo lo que pasa por tu cabeza.
Ante eso, la mente de Maika pareció silenciarse un momento de sus pensamientos destructivos y se concentró en las palabras de Samara. Recordó cierto punto de su infancia, dónde una de sus maestras del servicio dominical les había explicado la necesidad que los humanos tenían de Dios en sus vidas. Recordó haber levantado la mano y hecho la decisión de que quería ser perdonada para poder seguir los pasos de Jesús. Entonces, hubo un destello de claridad en su mente. Jamás se le había ocurrido asociar lo que le estaba sucediendo con algún designio de Dios. Lo cierto era que desde los diez años se había distanciado de sus creencias y se había dejado llevar por la mayoría de sus compañeros que eran groseros y violentos, en algunos casos. ¿Acaso Dios quería enseñarlo algo? Sin duda, podía afirmar que la muerte de Mich había sido el detonante para que el suelo firme bajo sus pies se convirtiera en arenas movedizas y comenzara a engullirla en ese ambiente enfermizo que se estaba creando en su cabeza.
—No puedes seguir de esa manera—siguió Samara, sabiendo que ya había captado completamente la atención de Maika, pues la respiración de ella se había regularizado un poco, aunque esta seguía teniendo esa mirada de cachorro perdido bajo la lluvia—. Nosotros estamos en una especie de círculo protector, pero si tú comienzas a alejarte por las situaciones que vienen a tu vida, no podremos hacer nada para ayudarte. Tienes que ser fuerte.
Tienes que ser fuerte, se repitió en su mente. Todo mundo le decía eso pero ¿cómo se suponía que lo fuera si estaba actuando como una mocosa miedosa que no era capaz de enfrentar sus miedos?
—Tienes que dejarlo ir—susurró Samara con paciencia cuando vio a Maika perderse nuevamente en sus pensamientos—. Sé que era tu amigo, también era mi amigo, y se entiende que estés sufriendo, pero tienes que intentar salir adelante.
De pronto, se sintió extrañamente cansada. Su mente no daba para tanto, para comprender al cien por ciento lo que Samara le decía. Terminó de acercase a ella y se abrazó a su cuerpo. Y simplemente se quedó ahí, sintiendo como las lágrimas comenzaban a deslizarse tibias sobre sus mejillas. Sí, la muerte de su amigo seguía doliendo, todavía seguía pareciéndole increíble que ya no estuviera entre ellos, aún le costaba procesar ese hecho. Tampoco dejaba de pensar en su cuñada Diana, en lo terrible que debía sentirse, en lo que estaría sufriendo. Maika no lograba imaginarse a sí misma despertando un día y encontrando el cadáver de alguno de sus hermanos o sus padres, seguramente no tardaría en seguirles a la tumba, ya fuera por depresión o quién sabe qué otra cosa.
—¿Ya estás mejor?
Maika asintió pero no se movió. Se quedó un momento más ahí abrazada de su prima, sintiendo sus manos pasearse por su espalda de manera suave, tal como hubo hecho su madre cada vez que había llorado cuando recordaba la muerte de Mich. Sí, se sentía ligeramente mejor, pero no se sentía con la fuerza para volver a poner buena cara enfrente de los hermanos de Samara. Odiaría tener que dar explicaciones de algo que ni ella comprendía.
Ambas se soltaron, Samara fingió que no la había visto limpiarse las lágrimas de manera ruda, y luego entraron de nuevo en la casa.
Maika entró tras Samara, murmuró un buenas noches y sin más se retiró a la habitación que le habían dado, para pasar una noche más sin poder pegar el ojo por más de dos segundos.
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