@Becca_Blume
He tratado de leer todos los libros que puedo. Es increíble como tu mente es capaz de imaginar todas esas historias y transportarte hasta lugares inimaginables. Espero un día poder escribir mi propio libro y publicarlo.
Oct 05, 2019 Chapter 5
Enero
Un día antes de…
Fue a inicios de enero cuando Maika se mudó a la ciudad. Realmente alejarse de sus padres no fue tan complicado como pensó que sería, después de todo era la primera ocasión en la que se alejaba de ellos, consciente de que no les miraría por un largo tiempo; suponía que se debía a que no tenía una relación muy estrecha con ellos.
Actualmente, vivía en casa de su hermano y Diana, donde cuidaba de sus dos sobrinos de lunes a viernes. Le gustaba pasar tiempo con ellos y escucharles llamarle Tía, a pesar de que, técnicamente era una desconocida para ellos. Maika solo los había conocido el día que nacieron, la distancia y la economía de su familia la mantuvo lejos de ver el desarrollo de sus pequeños sobrinos.
Y durante sábados y domingos tenía clases de tiempo completo.
En tres semanas había conseguido adaptarse fácilmente a la rutina, aunque estar en casa de su hermano seguía pareciéndole un poco extraño porque ya no podía irse a tomar fotografías cada que le apeteciera, pues las cosas eran totalmente diferentes en la ciudad. Su hermano y su esposa no pasaban mucho tiempo en casa pues ambos trabajaban, así que eso también implicaba un cambio, pues en casa, el único que trabajaba era su padre. En realidad todo allí era distinto; Sus vecinos, las personas en general, los negocios, e incluso el aire era diferente. La gente parecía bastante suelta en el ámbito social. Maika no era una antisocial o del tipo vergonzosa al momento de hablar, pero tampoco es como si le gustara contar cosas personales a desconocidos como normalmente hacían allí. Para moverse, tenía que recurrir a los autobuses, pues todo quedaba lo suficientemente lejos como para tener que pagar un servicio público.
Definitivamente, en nada se parecía a El Toro, dónde podía ir a donde quisiera usando simplemente sus pies como medio para transportarse y sin temor a que la arrollara un auto.
Y finalmente estaba Mich.
Mich era hermano de Diana. Tenía más o menos su estatura y, fácilmente pesaba más del doble que ella. Debía admitir que era un peso anormal para alguien de su edad, pero ella jamás había comentado nada al respecto.
Se había acostumbrado fácilmente a compartir las mañanas con él mientras desayunaban, o a pasar las tarde-noches conversando de cualquier cosa, ya fuera del trabajo que él hacía o cómo se la pasaba ella cuando cuidaba de sus sobrinos. Maika le conocía desde hace muchos años, pero cuando la familia de él se había mudado un par de años atrás, habían perdido el contacto. Sin embargo, esas pocas semanas les habían servido a ambos para ponerse al corriente sobre lo que había pasado en esos años sin verse.
Era un viernes por la noche cuando Maika y Mich esperaban la llegada de Diana. La televisión estaba encendida y un programa de farándula hablaba sobre algunos escándalos de los famosos. Maika no conocía absolutamente nada de las celebridades mexicanas, si acaso, sabía de uno que otro famoso estadounidense que había visto en esas películas de acción que a su padre tanto le gustaban, sin embargo, Mich parecía estar enterado de cada chisme televisivo que ahí informaban. Sabía los nombres de los actores como si los conociera en persona y las telenovelas en las cuales habían actuado. Maika se imaginaba que él pudo haber sido un gran reportero, incluso podía ser capaz de imaginárselo sentado en una de esas salas que trataban de imitar un sitio cómodo y hogareño, perfecto para una larga conversación sobre la vida de otros como si ellos no tuvieran una que vivir.
Ese día en particular habían hablado muy poco, a Maika no le molestaba el silencio y suponía que a veces a uno simplemente no le dan ganas de hablar tanto.
Pasado un tiempo, Mich se había puesto de pie y de manera tranquila había salido al patio, llevándose a los dos niños para que jugaran, pues estos parecían aburridos, tirados en el suelo y rodando de vez en cuando como si no supieran qué hacer. Maika siguió sus pasos en silencio, lo vio abrir el portón de malla ciclónica y dejar que ambos niños salieran corriendo hacia la calle.
Maika se sentó en la banqueta y estiró sus piernas cual largas eran, observando a las dos diminutas figuras correr tras una pelota de gomaespuma que Mich les había regalado días atrás. El viento que corría en ese momento era fresco y agradable, le hacía recordar un poco al frío que hacía en El Toro, pero sabía que no se podía comparar, pues estaba segura que cuando el verano llegara a la ciudad, le iban a dar unas ganas intensas de huir a la cueva de donde salió. Estaba convencida que quizás iba a morirse de inanición si se quedaba en la ciudad para esas fechas.
Mich jugueteaba con los niños. Habían sacado uno de esos carritos para bebes que tenían una larga pieza en la parte trasera para que fueran empujados con facilidad. Abel, el menor, no dejaba de dar gritos para que Mich empujara más rápido y diera alcance a su hermano mayor que se paseaba de un lado a otro en su bicicleta roja, un regalo de navidad de parte de Aaron y Diana.
Maika vio con encanto que, de pronto, la calle lucía como una guardería, pues los hijos de los vecinos también habían salido a unirse a la algarabía que habían montado sus dos sobrinos. Las risas resonaban por toda la calle, el trote de un montón de piecitos la hacían pensar en el trote de los caballos que andaban libres por las calles de El Toro, sin nadie que les impidiera el paso. Por un momento se sintió un tanto melancólica. A pesar de que llevaba poco tiempo fuera de su hogar, ya comenzaba a echar de menos esas cosas que antes le habían parecido tan comunes y fastidiosas.
Ver a tanto niño correr frente a ella también le había traído ciertos recuerdos amargos. Ella jamás había sido buena haciendo amigos, los otros niños pasaban de ella cuando trataba de hablarles, así que, tratar de rememorar buenos momentos era difícil cuando los malos recuerdos abundaban. Solo había unos cuantos que valían la pena en su memoria y los podía contar con los dedos de una mano y aun así le sobraban. Ahora que lo pensaba mejor, a pesar de ser bastante joven, había tenido una vida muy solitaria. No había algo en su pasado que pudiera apreciar de tal manera que amara recordarlo. Eso creó un nudo en su garganta y la hizo sentir incómoda. Por un segundo, se preguntó cómo habría sido su infancia de haber tenido algún tío tal como lo era Mich con sus sobrinos, pero ni siquiera eso había tenido.
Cuando Diana volvió de su trabajo eran las 10 pm y ellos ya habían entrado de nuevo a casa. Ambos niños estaban recostados en la cama de sus padres, mientras que ellos cenaban.
Esa noche, las cosas fueron bastante diferentes.
Días anteriores Maika había visto a Mich y Diana discutir sobre el descuido de él sobre su salud. Por supuesto que no era saludable sufrir obesidad, y era algo de lo que Diana se preocupaba diariamente. Así que, Maika observó con algo de intranquilidad que Diana no dijo nada respecto a las dos hamburguesas que su hermano se comió. Se le ocurrió que tal vez se sentía mal por discutir con él, y esa era su manera de compensar un poco los malos ratos.
Ciertamente, Maika también se había preocupado por la situación, pues no era normal que alguien se quedara dormido en cualquier superficie y a cualquier hora como si siempre estuviera cansado. Solo en un par de ocasiones había propuesto la idea de salir a caminar por las mañanas, hacer un poco de ejercicio, pero la verdad era que jamás había recibido una respuesta por parte de Mich.
Cuando todos se despidieron para ir a dormir, el reloj marcaba poco más de la media noche. A su hermano no lo vería hasta en la mañana, pues le tocaba hacer guardia en su trabajo. En varias ocasiones había querido preguntarle qué era lo que hacía, pero por una u otra razón lo olvidaba. Le inquietaba un poco pensar en que podía pasarle algo malo. Suponía que esa era la razón por la que el sueño no parecía alcanzarla.
Se dirigió al baño cuando después de rodar durante largos minutos sobre la cama le indicó que posiblemente no podría pegar el ojo en lo que restaba de la noche. Sus pies descalzos tocaron el suelo helado y la piel se le erizó. Sonrió un poco antes de avanzar con cautela entre la oscuridad para encontrar la puerta y salir al amplio pasillo.
La luz del baño estaba encendida e iluminaba tenuemente el pasillo. Sus ojos se desviaron a la izquierda donde un bulto sobresalía entre el suelo. Los inconfundibles ronquidos de Mich le indicaron fácilmente que ya se encontraba en el tercer sueño. Sonrió nuevamente al recordar una de las bromas que hizo su hermano sobre los ronquidos de Mich, recordaba haber tratado inútilmente de no reírse pero le había parecido imposible por la burla en el tono de Aaron. Mich para nada se había tomado mal el comentario, si algo sabía de él, es que siempre tomaba las cosas con humor.
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@escritorezequiel
Ezequiel Jiménez nació en San Francisco de Macorís, República Dominicana, en 1981. Su niñez y parte de su adolescencia transcurrieron en Las Guáranas, un pueblo de su región natal. Más tarde, cuando contaba catorce años de edad, emigró a los Estados Unidos.
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